No es democracia, es miseria. No me importa repetirlo cien veces aunque sé que les entra por un oído y les sale por el otro. Hace tiempo que comprendí que muchos de quienes votan hoy a la izquierda radical no lo hacen "a pesar de ser" mentirosa, represiva y miserable, sino precisamente "porque es así". A excepción de algunos despistados e ilusos (hay gente para todo), los torpes, vagos y envidiosos se sienten identificados con regímenes inútiles y fracasados que pretenden obligar a los ciudadanos a pensar y actuar como a ellos les conviene. El objetivo último de los falsos redentores podemitas que campan por España es el mismo que el de sus patrocinadores bolivarianos: empobrecer al pueblo, porque es la forma más eficaz de mantener el poder. Así ha ocurrido en todos y cada uno de los territorios donde ha gobernado el comunismo. Ellos saben que, como dijo Tocqueville, "cuando el pueblo está aplastado por la miseria, se resigna; cuando se endereza y mira por encima es cuando tiende a sublevarse". No es una mera ocurrencia intelectual sino una constatación empírica compartida por uno de los anarquistas españoles más influyentes, 'Federico Urales', padre de Federica Montseny: "La miseria no engendra rebeldía sino que, por regla general, la mata allí donde existe".
La izquierda marxista leninista promete una cosa y hace la contraria, demoniza al opositor y utliza los instintos, los sentimientos y las perversiones propias y ajenas haciéndolos aparecer y desaparecer en un juego metódico de prestidigitación que se llama agit-prop, agitación y propaganda. Y en cuanto al socialismo incivilizado y residual que se empecina en retornar a sus raíces marxistas, le cuadra la definición que hizo Wiston Churchill (nada sospechoso porque contribuyó a derrotar al nazismo): "El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria".
No solamente los países del Este de Europa a partir de la caída del muro de Berlín, sino también las naciones del Tercer Mundo que se han deshecho del comunismo y han adoptado el sistema de mercado libre han mejorado su situación social y económica de forma sustancial. En Extremo Oriente, China incluida, se calcula que en 1981 de cada cien habitantes setenta y siete eran pobres. Hoy, no llegan al catorce por ciento. El último Nobel de Economía, Angus Deaton, afirma que el mundo nunca ha estado en mejor situación en cuanto a la reducción de las desigualdades.