OPINIóN
Actualizado 14/03/2016
Sagrario Rollán

Y mientras llega o no la primavera, y mientras escuchamos petardear las fallas, y mientras algunos siguen con pasión el fútbol, y otros con un poco menos de pasión, pero con no poca expectación los caucus en Estados Unidos, cual si de una película de indios y vaqueros se tratara, por más que Trump tenga nombre se susto infantil... Mientras el vermut del domingo y los cofrades en vísperas de pasión desempolvando capuchones, los cristos y las vírgenes llenos de oropeles viejos, de cirios nuevos y de lágrimas resecas, esperando para salir en procesión...

La procesión va por dentro, dicen algunos, por fuera y por dentro, según el cirio con que se ilumine, o las lágrimas que arrastre. Más que procesión, verdadera riada de miseria y lodo en el este de Europa, Lesbos, el mar Egeo, los Balcanes, Macedonia, Turquía. Mujeres y hombres refugiados, refugiados dicen, querrán decir desarraigados, desnutridos, desamparados, desvestidos por las cámaras que retratatando una y otra vez una realidad tan cruel parecen volverla aséptica, invisible. Niños rebañando un trocito de suelo seco para encender una hoguera, apurando el calorcillo efímero de un generador, mientras llueven las horas y los días de desacuerdos por los límpidos pasillos de Bruselas.

Podemos mirar a dónde queramos, con tantas pantallas virtuales, píxeles y pulgadas, inumerables mandos y dispositivos, que no sabemos si enchufar el cargador del móvil a la batidora, o sacudir el mando de la tele para enceder la lavadora, podemos mirar a dónde queramos sí, sobre todo a donde no duela; cuanto más artificio menos sensibilidad. Miremos para otro lado, que los rostros extraviados o los pasos perdidos de esos miles de refugiados rebasando las fronteras no nos encuentren, y se nos cuelguen en la procesión del sangriento crucificado, o en el llanto sublime de la madre dolorosa. No, por favor, nada de aguafiestas, sobre todo ahora que florecen las aceras y las terrazas con la afluencia del turismo pascual. Ya habremos cumplido con el ritual solidario de vaciar el invierno y el armario, enviando la ropa caduca con alguna campaña que infle nuestras conciencias de fácil compasión.

A lo mejor tenía razón el viejo Dostoiewsky, y si Dios no existe todo está permitido, o quizás Saramago vió antes de morir a su pérfido dios riéndose eternamente de nuestros amagos de benevolencia... Tanto ver y mirar para otro lado, fabulosa imaginería que procesiona por nuestras calles, insultante miseria que procesiona por nuestros telediarios, parece un inenarrable "ensayo de ceguera" perfectamente orquestado.

No, no somos malvados, ni monstruosos, ni perversos, ni siquiera tremendamente egoístas; solo un poco, lo justo para no tener necesidad de perdón, suficiente ponerse a la moda de la inane autoayuda. El mal ya no existe, no tiene entidad ontológica, solo un cierto malestar, un íncomodo respirar, un pequeño desequilibrio interno, o externo, renovamos el sofá o el colchón, por un par de meses exentos de iva, y todo vuelve a ir bien.

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