Hace años, muchos años, se me enquistó una coletilla que decía muy poco a mi favor. No me cansaba de repetir a diestro, y en plan siniestro, algo así como "no tienes ni idea". Supongo que era el modo de autoafirmarme y reclamar mi cuota de universidad, los tres libros que había interiorizado y los dos axiomas que más o menos tenía claros. Recuerdo esta muletilla con tanto dolor y vergüenza que espero sirvan estas líneas a modo de acto de contrición y propósito de enmienda.
La soberbia, para mi desgracia, se ha convertido en un equivocado compañero de viaje. Aún hoy me cuesta desmarcarme de ella y callarme cuando alguien opina, dice o cuenta algo con lo que no estoy de acuerdo o sobre lo que creo pudiera ser un error de concepción. No sin esfuerzo, consigo callarme y repetir para mis adentros el antídoto al estúpido pedante que antes paseaba impúdicamente frente a cualquier interlocutor: "No tengo ni idea". Este mantra me viene acompañando desde unos meses a esta parte. Poco a poco va dando resultados. Por de pronto he dejado de convertirme en el comodín de la llamada para los que seguían pensando que yo era un ser enciclopédico, para los que mantenía engañados con mi pose de superlisto de gafas. Será que cada vez dispongo de menos tiempo y es por eso que lo valoro mucho más que antes. Será que los años no pasan en balde y que me va entrando el sentido común que me empeñaba en esquivar mirándole por encima del hombro. Será que la paternidad ha insuflado su dosis de "no tener ni idea" en el tipo altanero y pseudointelectual que proyectaba a mi alrededor. Lo mejor de todo es que ahora, con esta nueva postura vital, he descartado la más mínima posibilidad de convertirme en contertulio. Tendré que centrarme en lo mío ?de lo que cada vez sé menos- sin que se note demasiado.
Publicado en el desaparecido portal "sincolumna" el 12.04.2010