OPINIóN
Actualizado 13/03/2016
Paco Blanco Prieto

Hago público dos sentimientos que expresé en privado a quienes me preguntaron la opinión sobre el acto celebrado en el recinto universitario el pasado jueves, complaciendo así a quienes me pidieron difundir mis impresiones, consciente de las miradas de reojo que me esperan por hacerlo.

No voy a insistir en mis críticas a la adaptación de textos a "lectura fácil", cuando no se respeta escrupulosamente lo escrito por el autor, por considerar que su redacción es inmutable, aceptando que en tal criterio puede no estar tota la verdad, aunque hasta ahora nadie me haya convencido de lo contrario, y hayan sido muchas las voces ilustradas que han expresado su acuerdo con esta opinión, que debe circunscribirse al debate intelectual, lejos del ámbito personal, rechazado frontalmente por quien esto opina.

Por otro lado, el caprichoso azar ha mostrado la reconfortante sorpresa del encuentro inesperado con una persona injustamente prejuzgada como muñeca de porcelana y cosmética de escaparate, cuando el reverso de la fotografía ha mostrado una lideresa dignificada por el talento, la sencillez, el verbo, la proximidad, el respeto y su digna presencia en la cabecera de una mesa paginada por cuentos unamunianos.

Lección de oratoria muy alejada de finiquitos diferidos, vasos que no dejan de ser vasos y torpezas verbales de compañeros que no han pasado por la escuela de La Velilla para compartir pupitre con el centenar de vecinos que se honran con tan digna paisana, sin más pretensión que hacerla hija predilecta por méritos propios.

Sin papel en mano, la oradora profundizó en la palabra, secuenciando con certero ritmo los contenidos, facilitando la comprensión de conceptos, adornándose en la forma y envolviendo con su verbo a un auditorio que comenzaba a inquietarse por el tedio, la monotonía y la descontextualización.

Lección de dicción que concluyó en adicción colectica a la palabra envolvente del aula, donde el maestro de griego y amante del verbo, sonrió complaciente desde su pedestal, sin arquear las cejas que el escultor Casillas modeló sobre sus lentes.

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