OPINIóN
Actualizado 06/03/2016
Boris Rozas

Convertido para siempre en hoja de otoño envuelta en arabescos

sempiternos, yo también he cambiado de color mi piel marrón

con la caída de mis ojos a tu infinita altura,

los días comienzan a ser más cortos

en tanto que se amplifica proporcionalmente tu figura,

humilde faro que guías mis pasos entre la niebla

de estos días, convertido para siempre

en hoja de otoño que te servirá de alfombra por la vida.

  

 

No quieras volar todavía por esos cielos que se anuncian

entre tus dedos,

los ángeles que como tú todo lo observan

predisponen mi transición a lo íntegro

de la palabra.

 

 

Retirado casi siempre en mis sueños más sombríos

no he alcanzado aún a comprender tu realidad

enredada entre sollozos, barrunto tu pequeña aspiración

encubierta entre fracciones de segundos y horas, yo también

he cambiado de color mi piel marrón

con la caída de mis ojos a tu infinita altura,

pero no he llegado aún a componerte

del todo, me faltan versos para contarte.

 

 

No estaría de más recordarte que eres agua de dos ríos

ahora que te abres paso entre mis naturalismos

y tu silueta comparece serpenteando

a los pies de mis labios rotos por el frío, el buen estado

de mi alma destila entre tus dobleces

y entre tus dobleces siento

que se van filtrando para siempre

mis utilitarismos de trastero.

 

 

Empezando. Cada paso en falso que he ido dando

en esta vida no ha sido sino otro metro más

recorrido hasta tu puerta, que como no podía ser

menos, siempre se conservó entreabierta

ante la urgente perspectiva de crecer en geométrica

progresión. Empezando a comprender tu realidad

enredada entre sollozos, pero no he llegado aún a componerte del todo,

me faltan versos para contarte.

 

 

No quieras volar todavía por esos cielos que se anuncian

entre tus dedos,

los ángeles que como tú todo lo observan

predisponen mi transición a lo íntegro

de la palabra.

 

 

Encadenado al mástil invisible de tu nombre, otro Ulises cualquiera

menos lastrado por el mar, se hubiera dejado llevar por

el viento que ondula tu pelo fino como la miel, cuerpo

deshecho por el desastre que ha sobrevivido

cual Argonauta al canto de la sirena que se ha transformado

en piedra antes de morir,

encadenado al mástil invisible de otro hombre, somos

dos guijarros en pleamar, ansiosos de bebernos.

 

 

 

No estaría de más recordarte que eres agua de dos ríos

un maná tan humano como el nido que te fuimos construyendo

con la complicidad del aire fresco,

si el amor se fuera acumulando entonces ya serías nieve

vapor de agua sobre fractal hoja de otoño,

yo también he cambiado de color mi piel marrón

con la caída de mis ojos a tu infinita altura,

que va filtrando como siempre mis utilitarismos de trastero.

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