OPINIóN
Actualizado 05/03/2016
Ángel González Quesada

Con gran pesar porque hoy, diez años más tarde, siga sirviendo cada palabra de este lamento, transcribo en su totalidad (con solo un nuevo ordinal entre paréntesis), el artículo publicado en 2006 en el desaparecido diario 'El Adelanto'.

Se conmemora hoy mismo el trigésimo (cuadragésimo) aniversario de la muerte de cinco personas anónimas, cinco trabajadores que, en Vitoria, el 3 de marzo de 1976, fueron asesinados por la policía durante una concentración laboral realizada en medio de una huelga. Sin las alharacas informativas del vigesimoquinto del 23F, este aniversario de hoy transcurrirá ahogado por el silencio posibilista, selectivo y ruin de una realidad política que construye a su medida la historia, y que sólo recuerda aquellos acontecimientos que le sirven para ensalzarse, mostrando una incapacidad autocrítica alarmante. Sin los reportajes en prime time y páginas centrales donde, evocando aquella noche de febrero del 81, tirios y troyanos nos han obsequiado con declaraciones hiperdemocráticas que son mentira en muchos casos, los muertos de Vitoria merecerán hoy sólo un ardoroso recuerdo de sus allegados y, acaso, una tibia referencia pública en notas de lamento que no detallarán, ni analizarán, ni indagarán, como del 23F, quién ordenó la matanza, quién ostentaba la responsabilidad policial, qué intereses cubría la brutal irrupción de las fuerzas de seguridad en una concentración de trabajadores y, sobre todo, y ahora mismo más que nunca, qué clase de víctimas son esos cinco cadáveres cuyos deudos no estarán encuadrados en ninguna asociación de víctimas del terrorismo.

Son las miserias de una historia escrita a mayor gloria de la pervivencia de unos estándares de corrección que afectan tanto a la memoria como a la verdad; son los vergonzantes silencios sobre una época en la que no sólo se paseaban impunemente pistoleros asesinos por los despachos de abogados o las montañas navarras, sino en la que las zancadillas, conspiraciones y emboscadas contra la convivencia libre estaban dirigidas por muchos nombres propios que el 23F (de 2006) todavía mienten su fe democrática.

Al ya inaplazable proceso histórico al franquismo que este país está necesitando como el aire para entender su realidad de cainismo y de tierra quemada, que tienen sus fundamentos en un pasado que ha sido utilizado por muchos que no lo merecen, habrá que añadir también una revisión imparcial y completa de la llamada Transición, para poner en claro las camaleónicas maniobras de ciertos grupos económicos, políticos y de presión social, de ciertos personajes subidos todavía en pedestales, que utilizan la historia a su antojo mediante la tergiversación y el ninguneo de acontecimientos cuyo significado va mucho más allá de ostentosos reportajes de evocación parcial que sólo sirven para asentar ciertas sumisiones. y prolongar ciertos engaños.

La fragilidad de un modo de convivencia está siempre en directa relación con la confusión de sus orígenes, y la pervivencia de atavismos fascistas, en el silencio sobre su legitimidad. Es curioso que ahora se ponga en cuestión, por ejemplo, la amnistía general decretada por el gobierno en 1977 y sin embargo se escondan las responsabilidades personales e institucionales de la matanza de Vitoria; es indignante que se dediquen páginas a todo color para mostrar la impudicia de la mentira de ciertos "demócratas" que durante el 23 de febrero de 1981 brindaban con champán y ahora se muestran defensores a ultranza de la libertad, y que el asesinato premeditado, ordenado, consentido o provocado por algunos "demócratas de toda la vida" en enero del 77 en la calle Atocha de Madrid, sea sólo recordado por un puñado de personas cada invierno en el cementerio, en otra palpable demostración de la moral acomodaticia de algunas instituciones públicas y muchos medios de comunicación tan fácilmente convertidos al posibilismo barato de lo epidérmico, que cierran sin pudor sus puertas y sus páginas a la verdad.

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