OPINIóN
Actualizado 05/03/2016
Ana Garmendia

A los diez minutos, y seguramente antes, de que ocurriera ya circulaban por whatsapp y otras redes sociales mensajes graciosos acerca de las causas, el origen o los efectos del terremoto, imágenes de camisetas con eslóganes tipo "yo sobreviví al terremoto" y bromas de diverso tipo tras un suceso más anecdótico que otra cosa aunque en el momento alguno seguro que se asustó.

No nos engañemos, por más que nos impresionara el leve seísmo del pasado lunes más nos estremecieron esta semana los Óscars y más emoción causaría en nuestra vida o al menos en nuestra conversación cualquier novedad de alguna celebrity en la portada de las revistas o en los programas de corazón. Pero ¿Qué conmociona nuestra conciencia, qué nos sacude y hace temblar realmente nuestras convicciones pretendidamente más sólidas?

Pronto empezamos la cuaresma, ese tiempo especial en el que unos cuantos se empeñan en intentar doblegar sus voluntades a base de puños en una dualidad moderna a veces obscenamente evidente pero que realmente debería ser tiempo propicio de otra cosa. Cada vez que empieza algo nuevo o que una fecha significativa marca un antes y un después en el calendario, se nos regala la oportunidad de comenzar de nuevo, de levantarnos, ponernos en pie y, especialmente estos días, sacudir nuestra conciencia adormecida y aprender a bailar al son de un nuevo espíritu.

Qué bueno que este pequeño movimiento de tierra nos haya recordado esta semana que es tiempo de remover nuestra tierra. De danzar. Intentar apagar algunos ruidos para dejar que brote la música de lo auténtico que resuena en lo más hondo de nuestro corazón. Zarandear el corazón y dejar que tiemble y se resquebraje el suelo de nuestras convicciones falsamente sólidas, de nuestras comodidades indiferentes y que todo nuestro ser vibre y se estremezca con el sufrimiento de nuestros hermanos, se conmueva, relativice y se sane aprendiendo a vivir un poco más para los demás y menos para uno mismo. En una palabra: que se convierta y se impregne de humanidad, que se contagie de la entrega y se empape de confianza. Sólo así: vaciados, empapados, entregados? podremos abrir nuestros sepulcros y heridas antiguamente enquistadas y ser receptáculos vivos de lo divino que habita en lo más profundo de cada uno y que estamos llamados a buscar, a desenterrar y mostrar, a compartir y anunciar. 

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