OPINIóN
Actualizado 05/03/2016
Rafael Muñoz

Qué sabe nadie? reza la expresión castellana que trata de apresar con esta genial formulación las veladuras de lo irrefutable o tenido por cierto.

El autor, Carlos Vicente, al que muchos conocemos por sus dramaturgias malhabladas y sus incursiones teatrales a pie de calle, junto a sus columnas de opinión tratando de sostener, en compañía de otros, aquel diario que se perdió con la noticia nunca más publicada, sin olvidar su dedicación profesional al mundo de la comunicación en lugares que nos fueron comunes. Pues, no contento con ello, decide ahora su acercamiento al prójimo en forma de libro, dedicando sus textos a todos aquellos que no intentan estafar a la vida.

No sabíamos de su empeño por abrir, a golpe de textos, la almendra de la incertidumbre que a todos nos marca los pasos, en su caso a base de versos, pero visto está que le gusta meterse en toda suerte de jardines.

Esta gavilla de palabras que buscan el espacio en blanco para poder respirar y encontrarse con el lector, se acompasan y acompañan con las ilustraciones, viscerales, en rojo y negro, de una mujer con mucha bambalina a cuestas, Patricia Sánchez,  comparten el grito que no consigue aplacar el gramaje del papel, y se acomodan al ritmo que marca la horizontalidad de las palabras, aquella que va de persona a persona.

Carlos busca certezas (como todos), y algunas, aunque parezca negarlo, se esbozan y le asoman por el interlineado con voz contundente, sin paliativos.

Hablar sobre un poemario sería cosa baladí si nuestra pretensión es llegar al poeta. Pero podemos hacerlo sobre cómo nos acoge la arquitectura de sus versos. Y quizá descubrir (es mi caso) que tras declaraciones tan categóricas:

La vida es una puta mierda y al final te mueres.

La incertidumbre de lo definitivo es lo que me descoloca?

podríamos encontrar, si decidimos echarnos a los ojos estos textos, algunas certidumbres que se abren camino como puños golpeando el aire, y versos que buscan, tanteando a ciegas, algún enunciado donde poder agarrarse.

El poemario comienza con un verso que se interroga sin ambages:

¿Qué es ser normal?

Y se cierra declarativo:

Jugamos como niño a orgías de sentimientos

Y rompemos tabúes sin apenas despeinarnos

Para escribir libros repletos de faltas de ortografía?

Entre medias, estos otros:

Es ver la sombra de mi alma en el muro de tu cuerpo

y darme cuenta de la geopolítica de tus ojos

Y entre sus líneas, si se filtra hasta las entendederas que guardan nuestra piel, por escuchar con la atención despierta, quizá puedan encontrar algunas de las (in)certidumbres que nos pueblan.

Rafael Muñoz

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