OPINIóN
Actualizado 04/03/2016
Xabier Picaza

Se está celebrando en el Parlamento de Madrid (1-2.3.16) el debate de Investidura del Presidente de Gobierno y los portavoces de los partidos exponen con mayor o mejor claridad y acierto sus posturas y razones.

Varios obispos han hablado estos días sobre la situación creada en este campo, con la división de opiniones y la dispersión de partidos, mostrándose perplejos, y ofreciendo poco más que buenos consejos, como éstos:


Que los partidos olviden sus partidismos y sean generosos buscando el bien común de España.

Que de enfrentarse entre sí y que busquen la unidad más alta, al servicio del bien común.

No son malos de esos y de otros consejos, pero me parecen retóricos, e inútiles? y no responden a lo que una Iglesia de Jesús debería aportar y decir, no sólo a los políticos creyentes, sino a todos los ciudadanos, insistiendo en los valores que derivan de la justicia.

Mientras no haga eso, ella no tendrá legitimidad, ni podrá ofrecer su aportación, de ejemplo y de palabra, no sólo en este campo, sino en otros, como el de su misma vida interna.

Pero esta Iglesia viene guardando un largo silencio de complicidad y miedo o de respeto e ignorancia cristiana ante los partidos de gobierno y los gobiernos, tanto de populares como de socialistas.

Y, sin embargo, ella tendría (y tiene) algo muy importante que decir, apelando a los textos fundacionales del evangelio, entre los que hoy quiero citar el de Mt 23, 23-24, proclamado en una situación que se parece a la nuestra, frente a grupos o partidos sociales (cristianos, judíos?) que discutían sobre temas secundarios (¡el diezmo de la menta y del comino?!) y olvidaban los problemas esenciales, que eran (y son) la justicia, la misericordia la fiabilidad/fidelidad.

De eso tendría que hablar la iglesia, elevando su voz más alta, no sólo frente los políticos de turno, sino también frente a todos aquellos (cristianos o no cristianos) que discuten sobre nimiedades pero olvidan los tres valores esenciales de la vida.


Esos valores de los que, según el evangelio, debería hablar la Iglesia (justicia, misericordia, fiabilidad) no son cristianos en línea confesional, sino humanos, en el sentido más profundo del término.

Con ellos no se trata de defender iglesias/edificios, ni posibles privilegios sociales, ni siquiera de la fe confesional (del credo) ni de los sacramentos, sino de algo anterior: de la vida humana, que sólo tiene sentido si hay justicia, misericordia y fidelidad/fiabilidad.


Texto tase: Mt 23, 23-24:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino,
pero descuidáis los aspectos de más peso de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! (Mt 23, 23).

Introducción:

Mateo expresa bien la dinámica de cierto legalismo (judío o cristiano, político o social), que puede convertirse en religión de un diezmo secundario, como si debiéramos pagar a Dios algo medido con minuciosidad perturbadora, con granos de las pequeñas plantas medicinales y digestivas (menta/anís, eneldo/hierbabuena, comino), pero descuidamos los temas de más peso (barytera) de la Ley humana, que son la justicia, misericordia, fidelidad (23, 23).

Esta diferencia de actitud (obsesión por temas menores, descuido ante las cosas sustanciales) puede provenir del hecho de que lo importante (justicia, misericordia, fidelidad) resulta a veces más difícil de cuantificar y de exigir por ley, a diferencia del diezmo del comino (es decir, de temas mucho menos importantes, incluida quizá la independencia o no independencia de una determinada nación o nacionalidad ahora incluida en el Reino de España).

Desde el punto de vista radical cristiano, la independencia o no independencia de una parte del país ahora español es absolutamente secundaria. Los bienes cristianos, los que se deben resguardar siempre (con o sin independencia nacional de un grupo) son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Sólo esas "virtudes" importantes definen la raíz del cristianismo según Mateo.

Lo primero es la justicia (en griego krisis).

Quizá tanto como justicia (que se suele decir dikaiosyne, y que en Mt. 3, 15; 5, 20 tiene un espectro más amplio de significados, krisis significa "juicio", en el sentido bíblico (hebreo) de mishpat, hacer justicia y ayudar a los necesitados, para así lograr un orden básico de igualdad (es decir, de equilibrio) entre los hombres.

Todo el proyecto mesiánico de Jesús se funda en esta exigencia de justicia social que responde al juicio de Dios, como decía Mt 12, 18-20 (¡anunciará el juicio a las naciones) y que ratificará Mt 25, 31-46. Lo que importa no es un tipo particular de Ley, ni una forma de organización del Estado, sino la Justicia: ¡Que los pobres coman, que los extranjeros sean acogidos, que se ofrezca presencia y ayuda a los enfermos y encarcelados.

Hay un tipo de orden económico y político que hace muy difícil que se extienda y se practique esta justicia de Dios, según Jesús. Pues bien, es eso lo que la Iglesia ha de decir a los políticos: Que haya ante todo justicia, que se ayude a los más débiles.

Algunos jerarcas católicos, igual que los miembros de otras religiones organizadas de un modo legal, olvidan a veces que todas las empresas del mundo, con el capital y mercado vinculado a ellas, han de estar al servicio de la justicia/juicio de Dios, para que este mundo sea básico de justicia: que todos los hombres coman, que sean acogidos, respetados y ayudados.

Misericordia (en hebreo hesed, en griego eleos).

Como afirmaba ya de un modo tajante el libro del Éxodo (34, 6-7), la justicia resulta inseparable de la misericordia y en el fondo se identifica con ella. Eso significa que la justicia está al servicio de la misericordia y viceversa: Que hombres y mujeres se puedan perdonar y se perdonen y que los menos favorecidos (cojos y mancos, enfermos y ancianos, extranjeros y mujeres en riesgo?) sean los más protegidos por la ley y por la vida del conjunto de la sociedad.

En esta línea avanza la aportación básica de Jesús en el evangelio de Mateo donde la misericordia se identifica con el juicio o, mejor dicho, deriva del juicio, expresando de esa forma su sentido más profundo. Dios no juzga para vengarse de los hombres, ni para imponerles su poder, sino para expresar y realizar en ellos su misericordia. De igual forma, el Estado ha de ser justo para ser misericordioso con los menos afortunados de la vida, no sólo promoviendo la justicia del perdón, sino realizando sus obras al servicio de todos, y de un modo especial de los más débiles.

Ésta ha sido y sigue siendo la experiencia radical del evangelio, el mensaje central de la Iglesia, que el Papa Francisco está recuperando. No se trata de una misericordia intimista, sino de una misericordia que brota de la justicia y que se expresa en la ayuda a los más débiles, a los que son víctimas de otros. No se trata de una misericordia exclusiva de los cristianos (de una nota interior de la Iglesia), sino de un gesto de amor abierto a todos los seres humanos (con fe explícita en Dios o sin fe explícita).

La iglesia no defiende aqu

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