OPINIóN
Actualizado 03/03/2016
Toño Blázquez

Ensayo, investigación concienzuda, detallada, tesis doctoral, llámelo usted como quiera pero este librillo de poco más de ciento cincuenta páginas es un interesantísimo y furibundo alegato a la sana diversión y al planteamiento del ocio como fórmula bien entendida del desacato al curro y a  la sincera entrega a las artes señeras de toda la vida como la danza, (el baile), el teatro (zarzuelas, comedias?) y la música (bandas, rondallas, sextetos, quintetos, varietés, cupletistas, flamenco, ópera?).

 Otra Salamanca, seguramente más divertida y menos zozobrante que esta de los aifons y los uasapes, las tabletes y los móviles de última generación. La Salamanca de comienzos del siglo XX. El libro en cuestión lleva por título "Música, cafés y sociedades de recreo en Salamanca a comienzos del siglo XX" y lleva el marchamo de un montón de horas de navegación en las profundidades de bibliotecas y colecciones de periódicos de la época. La publicación es reciente, un par de años 2014, lo edita el Servicio de Publicaciones de la Universidad Pontificia y su autor, profesor de la misma, experto musicólogo e investigador Francisco José Álvarez García.

 Se habla (entre otras muchas cosas) de los tres grandes casinos que ha tenido Salamanca y que en aquella época fueron esenciales  en los referentes sociales de la ciudad: Casino del Pasaje, Casino de Salamanca y Circulo Mercantil; hoy sólo queda fresco y enjundioso el segundo.

 El relato es apasionante para todos aquellos que entendemos el pasado como argamasa que sustenta el presente. Álvarez García nos traslada referencias muy curiosas de la prensa de la época de actuaciones, representaciones etc?de espectáculos acaecidos en lugares como Café El Siglo (después Salón Variedades y Palacio de la ilusión), Café Castilla, Café La Perla, Novelty ( inaugurado en 1905 por Federico y Vicente García Martín), Bar Salmantino. Datos que nos hacen sonreír como la fugaz existencia de la Sociedad de baile El Buen humor.

 Un tiempo, en fin, donde el fútbol, los toros o el botellón (su homólogo, evidentemente) eran una refanfinfla en comparación con una buena zarzuela o un pasodoble interpretado como Dios manda.

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