OPINIóN
Actualizado 02/03/2016
Mª del Carmen Prada Alonso

Martín Caparrós escribió un artículo en El País Semanal titulado "Paternidad 2.0", plagado de estereotipos, generalizaciones y medias verdades acerca de la gestación subrogada. Algunas lindezas: "El país [India] rebosa de clínicas que contratan mujeres muy pobres para usarlas como vientres", "En sus clínicas el sistema se parece cada vez más a la clínica de producción", "Y cuando paren, por supuesto, firman un papel que dice que nunca intentarán saber qué fue de su producto", "Muchos de estos niños no se registran claramente y nadie sabe cuántos se producen cada año en el mundo".

Iba a tomarme la molestia de aportarle datos, que puedo; de refutar sus opiniones con hechos, que puedo; de rebatir sus generalizaciones con estadísticas, que puedo; pero no me apetece, así que le diré solamente una cosa: LOS NIÑOS NO SE PRODUCEN.

Ya, señor Caparrós, usted quiere darle a todo esto un cariz económico y por eso tira del argot mercantil para denunciar lo que considera inhumano, sin darse cuenta de que usted mismo se deshumaniza al llamar 'producto' a un ser humano. O es que, simplemente, no se ha documentado y se ha dejado llevar por la primera impresión del par de ejemplos que le puedan haber llegado. Porque cuando uno se documenta sobre este tema -y le aseguro que yo estoy bien documentada- ve las cosas de otra manera. No hay explotación y sí mucho amor. No hay productos, sino personas. No hay cadenas de producción, sino gestaciones. Y no hay mujeres usadas, sino gestantes. Y al final del camino, no hay cheques sin más, sino muchos sueños cumplidos.

Le animo a que el próximo año se pase por el tren de 'Son nuestros hijos' el día del Orgullo en Madrid y vea a todos los que usted llama productos. Cuando ellos le sonrían, le reto a que les diga que son "rompecabezas hechos de partes que vienen de todo el mundo", como usted puso en su artículo. Ya verá cómo no puede, porque una cosa es escribir la palabra "producto" en un folio en blanco y otra decírselo, a la cara, a un niño de dos años.

Baje de la teoría al mundo real y, por favor, sea más riguroso si decide quedarse en el obsoleto mundo de sus prejuicios. Aunque esté en su derecho.

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