OPINIóN
Actualizado 02/03/2016
Manuel Alcántara

La consulta del PSOE a sus militantes para aprobar o rechazar el acuerdo para conformar un gobierno progresista y reformista; el supermartes estadounidense en el camino de la elección de candidatos presidenciales de los dos grandes partidos; la convocatoria húngara de un referéndum para la aceptación o repudio a acoger refugiados; la consulta a iniciativa popular holandesa sobre el acuerdo de asociación entre la Unión Europea y Ucrania; en fin, las elecciones en Irán o Irlanda; son una evidencia de hechos acaecidos en un reciente y brevísimo lapso en clave muy diversa. Se trata de expresiones diferentes que configuran el acervo de la vida política en que se mueve hoy en día gran parte de la humanidad. Son prácticas que cumplen diversas funciones que van desde la invitación a participar a la legitimación del poder.

 

La ampliación del sufragio a cuestiones tan distintas, su uso frecuente para dirimir la selección de líderes o tomar decisiones sobre materias controvertidas, es un paso adelante de la sociedad abierta, una seña indudable de progreso y un motivo para que el ser humano se congratule consigo mismo. No debe haber vuelta atrás. Pero hay algo impostado en gran parte de ello. La extensión del artificio de la consulta pública puede socavar derechos fundamentales, cuya consecución también supuso un largo y doloroso camino, en ejercicios que se convierten en parodias de soflamas irresponsables. El ritual festivo oculta la improvisación de la elección, la ausencia de deliberación previa. Quizá porque la gran mayoría se desentienda de todo, porque la banalidad del ejercicio representativo invada el escenario, porque el egotismo rampante inhiba la acción colectiva.

 

Cuesta imaginar el futuro debido a que solo existe en función de lo que se hace cada día, en la práctica constante de ensayo y error que es la vida. En política no hay soluciones mágicas ni fáciles. Los arreglos que constituyen la cotidianeidad de las relaciones de poder a veces son pequeñas piezas de arte y otras chapuzas descomunales. Mientras, hay millones de personas que viven circunstancias muy diferentes bajo condiciones también muy diversas. Comprender la racionalidad de todo, las supuestas leyes que pueden explicar el comportamiento y su devenir es una tarea hercúlea. Entretanto sigo teniendo claro que es mejor que las ambiciones se canalicen mediante elecciones, que la gente hable haciendo explícita la pluralidad de sus identidades, la diversidad de sus lealtades múltiples, a que calle.

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