Estar enfermo es no estar firme. Mientras estamos sanos, como suele decirse, nos comemos el mundo y nos parece que podemos con todo. Pero es posible que suframos una percepción engañosa cuando metidos en los trabajos, el estrés, las ocupaciones, las relaciones personales inconclusas, estemos en realidad llevando una existencia inauténtica, viviendo fuera de sí, desparramados en tantos asuntos que nos parecen importantes, pero ¿lo son? Podría ser que nos estuviera ocurriendo aquello de "pasar por la vida como gato por ascuas".
Caer enfermo es una de las cosas importantes que pueden sucederle a uno en la vida. La enfermedad nos sitúa ante nuestra verdad, nos revela nuestra dignidad ?un montón de gente sabia y profesional entregada a nosotros-, decanta nuestras relaciones personales: quiénes son los verdaderos amigos y quiénes no tienen tiempo de serlo y, a poca suerte que tengamos, nos sitúa en el centro de una caldera permanentemente encendida de amor gratuito, que a fin de cuentas es lo que verdaderamente nos construye. Repasando estas líneas caigo en la cuenta de una ausencia: todo lo anterior me sale de dentro porque estoy viviendo la enfermedad ?intentándolo- desde la perspectiva de la fe cristiana: Dios me ama tal como soy; no he perdido un ápice de dignidad al caer enfermo, al contrario, es una buena ocasión para valorarla y agradecerla, he podido sentirme amado (las 8-10 horas de análisis, consulta y tratamiento dan para mucho), ahora es mucho más sencillo distinguir lo importante de lo que no lo es, aprecio mucho más el valor de las cosas aparentemente pequeñas de cada día y se me ha perfeccionado el sentido del humor.
Visitar enfermos es una obra de misericordia, pero también de inteligencia y prudencia, porque hay que saber cuándo se te agradece una visita muy breve o, por el contrario, el simple hecho de estar a la cabecera debe hacerse sin mirar el reloj; no se le puede decir cualquier tontería a un enfermo, situado por definición en el reino de lo esencial, ni es prudente darle falsos ánimos, pues la inteligencia se agudiza. Es algo que hay que hacer desde la propia verdad y con toda sencillez y procurando al menos hacerle sonreír con inteligencia, empatía y proximidad.
No suele ser verdad que los enfermos rechacen la visita de un sacerdote, o un miembro del equipo parroquial de Pastoral de la Salud. El miedo lo suelen tener algunos familiares que no han acabado de aceptar la enfermedad de la persona querida y su posible muerte, porque la muerte no es una mera posibilidad, sino una certeza de fecha por lo general desconocida. Pero de la muerte nos tocará hablar en la séptima y última de las obras de misericordia corporales.