OPINIóN
Actualizado 29/02/2016
Alejandro Vélez

Anda el tema de la Diputaciones soliviantando sensibilidades. Y es que las regias instituciones provinciales parece, que al menos como las conocemos, tienen los días contados. Que hay que meterle un meneo curioso a las Diputaciones es evidente.  Lo mismo de evidente que quienes han ayudado a que sean lo que hoy son se nieguen a cambiarlas ni una coma.

No me dirán que si los casi cien millones de euros de presupuesto anual que tiene la nuestra, se destinaran casi en su totalidad a los necesitados y numerosos municipios charros , igual y digo solo igual, las cosas serían distintas.

El sentido común dicta que es extraño que un charro tenga sobre sus cabezas y sus impuestos hasta cinco administraciones (Ayuntamiento, Diputación,  Junta, Gobierno y Unión Europea). Y el mismo sentido indica que puede ser razonable que existan funciones que puedan ser agrupadas en vez de desplegadas. Yo así lo creo.

Hasta ahora hay milongas que solo sirven para justificar posiciones personales o grupales, y en esto de las Diputaciones hay mucho de ello. Porque solo hay que hablar con alcaldes y concejales de nuestra provincia charra para darse cuenta de lo que opinan, y ya les adelanto que la satisfacción no corre desbocada.

Las Diputaciones de hoy representan mucho por lo que la política genera rechazo. Es cierto que hacen una labor, es verdad que son necesarias. Pero quizás no tal y como las conocemos.

No puede ser que en el siglo veintiuno exista una institución pública regida por el dedazo de los partidos y no por el apéndice directo del ciudadano. No puede ser que quienes la representan lo hagan por vías de servicio paracaidístico, utilizando municipios para un fin poltronero. Es difícil de entender que quienes defienden a capa y espada el diputacionismo lo hagan duplicando o triplicando cargos y, en teoría, duplicando o triplicando responsabilidades y dedicaciones. Hacen un flaco favor a la institución y devalúan sus argumentos.

Creía y sigo creyendo que las Diputaciones necesitan gestión, dinamismo, modernidad y apego de verdad a la tierra. Un apego que ya representan como nadie los miles de alcaldes y concejales de nuestra provincia, que no necesitan que nadie le guie pero sí alguien que les ayude, les ponga medios en sus manos, en sus municipios, para mejorar la vida de sus conciudadanos.

Y me da igual que eso lo haga una Diputación, la Junta de Castilla y Léon o el Gobierno de la nación. Se trata de que se haga con eficiencia e inmediatez, dejándose por el camino la menor cantidad de recursos para aplicar todos los euros posibles al paisano.

Además, las Diputaciones jamás pueden servir de medalla con la que premiar sacas de votos, afinidades ni discreccionalismos varios. Por eso creo que el zarandeo que sufran debe ser para mejorarlas, respetando su filosofía más allá de nombres, edificios y estructuras. Sin temer a los cambios, porque hay casos como este donde estoy convencido que si se prima el servicio público el resultado será además de oxigenante y saludable, beneficioso.

Y aquí el PP se aferra, inmovilista, a su barco de Chanquete particular. Transformando la realidad en un arcoíris de colores demasiado azucarado, con mucha política y poca intelectualidad. Alejándose de la propuesta moderada que pasa por reconocer realidades obvias y plantear reformas necesarias.

No quiero pensar que Ciudadanos y el resto de "emergentes" abanderen el tema Diputaciones  para apuntalar su situación política, eminentemente urbanita y escasamente rural. Tampoco quiero imaginarme que el rechazo frontal del PP se deba a lo contrario. Pero así están las cosas.

Es verdad que quizás la construcción de una alternativa a estas estructuras necesite algo más de planificación y de sesera, cierto. Pero es absolutamente necesario el meneo. Al menos así lo cree un servidor.

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