OPINIóN
Actualizado 28/02/2016
José Luis Puerto

Los verracos constituyen un símbolo y emblema muy significativo de las antiguas culturas prerromanas de Salamanca. El P. César Morán los fue inventariando, en los años de su estancia salmantina, tan fascinantes y fértiles, a medida que se los encontraba. También lo hizo Maluquer en su carta arqueológica de Salamanca.

   No son pocos los verracos que se encuentran hoy, en diversas localidades salmantinas, en ámbitos urbanos abiertos, como esculturas públicas. Se lleva la palma, por su celebridad literaria, el toro de la puente de Salamanca, que, a través del famoso coscorrón que le dio el ciego a Lázaro de Tormes contra él, haciéndole acercar el oído a su vientre para percibir cómo le rugían las tripas, lo hizo despertar de su inocencia. Pero también son llamativos los que están en una plaza de Ciudad Rodrigo, junto al parador; o el que se encuentra al aire libre en Lumbrales.

   Son los verracos emblemas de aquel pueblo prerromano de los vettones, que habitó tierras salmantinas y algunas colindantes de las provincias de Ávila, sur de Zamora y norte de Cáceres. Varias son las interpretaciones que se han dado sobre ellos, entre las que se encuentra el considerarlos hitos funerarios, exvotos o incluso señales de término, de amojonamiento.

   Pues bien, el pasado 25 de febrero, casi ayer mismo, en 'Diario de León', aparecía un artículo, en las páginas de cultura, titulado así: "El verraco que huyó de Salamanca a León", firmado por Emilio Gancedo. Se trata de un verraco, procedente de la localidad salmantina de Barquilla, que hace ya más de medio siglo, entre los años de 1953 y 1954, compró un ingeniero en el pueblo por mil pesetas.

   Hoy se encuentra en la casona de los Azcárate-Entrecanales, el primero uno de los prohombres vinculado con la Institución Libre de Enseñanza, en la localidad leonesa de Villimer; y los 'Entrecanales' una firma bien conocida de ingeniería y construcción.

   ¿No sería posible que, a través de la intermediación de las autoridades provinciales (y que así las diputaciones cumplan funciones reales y no ficticias), se gestionara la devolución del verraco a Barquilla, su pueblo de origen?

   Al fin y al cabo, en un pueblo leonés, donde se encuentra hoy, no cumple otra función que la de 'decorar' una casona; mientras que en Barquilla estaría en su contexto histórico y cultural. Y no tendría por qué ser difícil tal restitución. Los aragoneses, por ejemplo, están reclamando objetos de arte sacro que, procedentes de algunos de sus pueblos colindantes con Cataluña, están en algún museo diocesano de alguna diócesis catalana.

   El verraco de Barquilla, 'levantado' del pueblo por la ridícula cantidad de mil pesetas (por mucho que en los años cincuenta pareciera algo, una suma estimable), duerme el sueño de la desubicación en una casona rural leonesa. Una restitución hoy a este pueblo salmantino de una escultura prerromana, vetona, que salió de allí, no tendría por qué ser imposible.

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