Últimamente se ha puesto de moda el hablar de algunos temas y el perdón es uno de ellos. El perdón es una realidad que nos afecta a todos, porque, de alguna forma, nos hieren o herimos. Sabemos que el perdón es una decisión de la voluntad y es, sobre todo, un proceso en el que entran en juego todas las facultades de la persona, aunque no todos lo vivamos de la misma manera. Para que el perdón sea efectivo, se requiere fortaleza, madurez y la gracia de Dios.
Cuando médicos y pacientes comprendan el poder curativo del amor y del perdón, habremos empezado a añadir a la medicina otra dimensión importante. Enton-ces estaremos realmente en el camino de la gloriosa revelación predicha por Teilhard de Chardin en estas famosas palabras: "Algún día, después de haber dominado los vientos, las olas, las mareas, y la gravedad, utilizaremos, en honor de Dios, las energías del amor. Entonces, por segunda vez en la historia del mundo, el hombre habrá descubierto el fuego". Es cierto, el amor y el perdón curan y sanan y son las mayores energías de que podemos disponer. Una de las peores enfermedades es la falta de amor, pues el amor da vida y engendra vida. El amor es salud. El odio, el rencor, el resentimiento, siempre nos enferman y nos matan.
No podemos negar que en nuestro mundo hay amor y odio. El amor, muchas veces pasa desapercibido, en silencio, aunque, a la larga, siempre produce sus frutos. Sin embargo, el odio, el rencor, el resentimiento, se airean en los medios de comunicación, se perciben, se mascan, en la palabra y en el gesto. Cuando soplan los vientos del rencor, queda cierto hedor en el ambiente que acaba con la paz y la alegría de los hombres más valientes, ya que "el odio, como dice Paco Nieva, es como el forro sucio del perdón y como la avinagrada distancia de la que casi nunca se vuelve".
Todos tenemos razones para perdonar y no hacerlo. Da pena constatar el tiempo y energías que gastamos por no perdonar. ¡Cuánta vida se nos va en escarbar en la herida y en no olvidar lo sucedido! No vivimos en paz el momento presente porque no somos capaces de aparcar el pasado; por eso apenas disfrutamos de lo que vemos, oímos o sentimos y nuestra vida se convierte en un penar continuo y nos movemos entre la tristeza y el vacío, la inconstancia y el desaliento, el desasosiego y la muerte.
La mayoría de las personas, desearíamos perdonar, pero, a veces, nos falta motivación, fuerzas y la ayuda de alguien que nos eche una mano. Aunque vemos todas las ventajas que nos trae el pasar la página, no nos decidimos a dar el paso, pues constatamos que queremos, pero no podemos. Nos faltan fuerzas, motivaciones, y una determinación para culminar todo el proceso del perdón.
Hace años escribí un libro sobre el perdón que lo titulé: Si perdonas, vivirás. No cabe duda que quien se decide a perdonar y lo logra, vuelve a tener paz, salud, vida. Debemos, pues, caer en la cuenta de los grandes bienes que nos llegan con el perdón y decidirnos, sin perder tiempo y energías, a ser compasivos como el Padre de todos.
"Las tres cosas más difíciles de esta vida son guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo", afirmaba B. Franklin. Perdonar no es fácil, pues para poder hacerlo es necesario emplearse a fondo y creer en la fuerza de Dios, en su poder, ya que su misericordia es infinitamente más grande que nuestras miserias. Es bueno no perder de vista que Dios sigue haciendo su obra: su gracia nos basta, pero ésta requiere, a su vez, de nuestro esfuerzo, de ese poquito que podemos hacer. El perdón es, pues, don y tarea. Dios nos lo regala, él pone todo, pero nosotros tenemos que poner todo lo que está a nuestro alcance.
El lunes 29 de febrero tendremos una charla con este mismo título en el salón de los Carmelitas de la C/ Zamora, 59. Tlef. 923214346. Impartirán estas reflexiones: Emilia María Castellano Herrero (psicóloga) y el P. Eusebio Gómez Navarro, OCD