OPINIóN
Actualizado 26/02/2016
Luis Marcos del Pozo

 

Ya pasó el día. Con él se fueron las ganas incontrolables de patear las calles de Sevilla, la angustia constante de no poder hacerlo y otros puntos nada positivos, pero que seguro serán una ventana abierta para el futuro.

Pero en la misma medida y con más fuerza, si cabe, se arraigó muy dentro de mí la visión del esfuerzo de los maratonianos en silla de ruedas.

No es algo nuevo para mí, he visto muchas veces el esfuerzo de mi amigo Vicente Martín, en cada carrera que hemos coincidido, pero esta vez fue especial pude observar, sufrir con ellos en los diferentes pasos dónde estaba apostado para intentar hacer la mejor instantánea.

¿Saben? Después de terminada la maratón, me he dado cuenta que yo había vivido una parte de esa vida desde dentro, pero no la había hecho desde fuera. Siempre había estado tan ocupado con mi propio sufrimiento, que me había olvidado de lo que sufren los que estaban a mi alrededor. En definitiva parece que estoy hablando de la vida misma, pero solo me refiero a una carrera de 42 km, en la que suceden situaciones, emociones, alegrías y penas, accidentes, premios y castigos al igual que en la maratón de 60,70,80 o 100 años. La maratón de la vida.

Y al igual que en la vida, unos lo tienen más fácil que otros, aunque todos se esfuercen y trabajen en pos de un objetivo. Y, reiterándome, al igual que en la vida otros nunca lo intentan, sólo tienen fuerzas para protestar, quejarse, llorar y cerrar los ojos ausentándose de la realidad. Estos están en el sofá, o quejándose por no poder comprar el periódico utilizando su coche, esos nunca correrán una maratón atlética y en la maratón de la vida sus objetivos estarán y serán etéreos.

Retomando lo sentido a través de mi objetivo, que aún hoy me pone el pelo como escarpias; yo esperaba el paso de mis amigos, los que comparten cada día el esfuerzo del entrenamiento para conseguir la satisfación de salvar la distancia de Filípides y me encontré que lo que me emocionaba una y otra vez era el movimiento circular sobre las ruedas de su silla. Eran los movimientos henchidos de esfuerzo sobrehumano en cada giro de hombro, en cada sacudida de abdominal, en cada bajada de cabeza, en cada ajuste de mano, en cada gota de sudor y a veces lágrimas, que acompañaban a mis compañeros maratonianos en "sports wheelchair" que suena mejor.

Sorteando los carriles del tranvía, saltando los socavones de la calzada, pegando la cabeza al suelo de su silla, una y otra vez un giro tras  otro, ?

Es glorioso ver como corre un keniata, un etíope, o cualquiera de nuestros profesionales, zancada perfecta, elevación perfecta? pero es magnífico, excelente, admirable, grandioso, magistral, soberbio y podría estar una vida entera poniendo adjetivos positivos  cuando por delante de mis ojos pasa un maratoniano girando las ruedas lenticulares, o empujado por su alma gemela, buscando todo lo que la vida le negó.

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