OPINIóN
Actualizado 25/02/2016
Juan José Nieto Lobato

Han pasado cincuenta y dos semanas y aquí sigo, aferrado a esta columna que hace las veces de timón vital, instalado en este espacio de encuentro que es más que nada un confesionario en el que uno se lo dice todo a sí mismo intuyendo, solamente intuyendo, que del otro lado de la reja hay una presencia investida de un poder redentor.

Estas cincuenta y dos columnas, además de como ejercicio expiatorio, pueden ser interpretadas también como las entradas del diario de un perezoso metódico, que escribe poco pero siempre el mismo día de la semana (puede que también a la misma hora y en el mismo lugar). O también como una suerte de cuaderno de viaje pues, aunque quizá en vano, no hemos parado de correr desde que nos preguntáramos, el 19 de marzo de 2015, por qué lo hacemos. Juntos, o eso espero, visitamos Augusta National, recorrimos a bicicleta Italia y Francia, tocamos cumbre en el Everest, nos adentramos en América Latina añorando el desierto africano y nos bañamos en las aguas de Frisco Bay con motivo de la Superbowl.

Pero si de destinos físicos se ha compuesto nuestra ruta, más importante aún han sido aquellos otros de consistencia evanescente, esos aeropuertos cubiertos de niebla en los que aterrizamos más por intuición que por destreza y sin saber muy bien a qué distancia bailaban nuestros pies sobre el suelo. En esas terminales fantasma exploramos la naturaleza del superhombre, la siempre pendiente de renovación definición del ídolo moderno, la vigencia de Darwin en el contexto actual, la inimputabilidad del genio o la incapacidad de las reglas de la lógica mundana para juzgar una obra de arte.

Y, mientras tanto, nos detuvimos en cada manifestación que nos pareció justa para sumarnos a su causa. Enarbolamos pancartas a favor y en recuerdo de los equipos modestos que desaparecieron entre las aguas del despilfarro y la corrupción y fabricamos eslóganes en contra del dopaje y las apuestas en el deporte. Pero también hubo concentraciones despojadas de ira, homenajes, más bien, a todos aquellos que nos rescataron de lo intrascendente, que por momentos nos hicieron sentir testigos privilegiados de un instante único. En nuestras odas y cantos elegíacos incluimos sus nombres. Seve; Zidane, Raúl, Messi; Curry; Bartali, Coppi, Indurain; Nadal, Federer; Rossi.

Han pasado cincuenta y dos semanas y el deporte, una vez más, ha demostrado ser una fuente inagotable de historias; una versátil excusa, una anécdota poliédrica que abre nuevos caminos dentro del gran laberinto en el que nos encontramos y del que, de regreso en el punto de partida, reconozcámoslo, ya no pretendemos salir.

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