OPINIóN
Actualizado 24/02/2016
Emilio Pérez

   No corren buenos tiempos para el sindicalismo de clase.

   El sindicalismo con el que nos defendemos de injusticias laborales y sociales, denunciamos ilegalidades constantes en determinadas empresas, evitamos abusos permanentes en los puestos de trabajo en los que se amenaza, coacciona y asusta con el despido para conseguir más beneficios empresariales con cargo a los costes salariales.

   Se nos insulta, se nos menosprecia, se nos pretende ignorar y apartar de cualquier escenario donde sea necesario hablar de legalidad, igualdad, solidaridad y derechos.

   Se nos descalifica diciendo que somos demagogos y tremendistas cuando hablamos de pobreza, de deterioro permanente del contexto laboral, de desigualdad, de falta de solidaridad, de excesivo individualismo y falta de colectividad.

   Somos una voz incómoda, una presencia extraña y prescindible, somos un compañero de viaje con el que ni instituciones ni organizaciones empresariales quieren tener grandes relaciones, si no es para obtener un beneficio político y económico a costa de bendecir sus decisiones, sin el más mínimo reproche y con la máxima condescendencia.

   Siguen pretendiendo que cale entre la clase trabajadora la idea de que no servimos para defender ningún derecho, ni laboral ni social, que solo buscamos nuestro interés para seguir viviendo de "este chollo", que no nos importa nada, salvo nuestros propios beneficios.

   Y no lo ponen nada fácil, no.

   Determinados medios de comunicación se empeñan en ocultar nuestras siglas en las noticias que le facilitamos a diario, para que no se conozca quien está detrás de los logros conseguidos en uno u otro conflicto, en una u otra empresa o en cualquier sector laboral.

   Y el partido popular, en la mayoría de las ocasiones y otros partidos en otras, se empeñan en prescindir de nuestra presencia en aquellos ámbitos en los que nuestra opinión es necesaria para determinar políticas útiles de empleo y desarrollo económico, así como para tomar medidas urgentes para resolver tremendas situaciones de pobreza y exclusión social.

   Pero aguantamos con paciencia y dignidad.

   Sentimos orgullo por seguir siendo elegidos en las empresas cada cuatro años en las elecciones sindicales, donde se nos espera, se nos busca y se nos necesita.

   Seguimos día a día defendiendo los derechos fundamentales para mejorar la vida de las personas más necesitadas, dentro y fuera del mundo del trabajo y mantenemos nuestra integridad ideológica apartándonos de cualquier vinculación política.

   Porque seguimos convencidos de que somos necesarios.

   Siempre habrá un trabajador  o trabajadora que nos busque, que necesite nuestro apoyo, nuestro consejo y nuestro empuje para superar un conflicto, resolver un problema o defenderse en un proceso judicial.

   Ni la derecha más conservadora ha conseguido acabar con las organizaciones sindicales, como referencia en la defensa de los intereses de la clase trabajadora.

   Ni la extrema izquierda va a conseguir dinamitar nuestros pilares fundamentales de solidaridad entre las personas trabajadoras, para imponer su nuevo modelo populista y anti sistema, con el que amenazan y que no terminan de definir.

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