OPINIóN
Actualizado 22/02/2016
Antonio Matilla

Hay que reconocer que la cuestión de Dios no está de moda. A ver, hay noticias relacionadas con la religión todos los días, no siempre para bien: que si hay mártires en nombre de Alá, que si debe haber o no una capilla católica en un centro universitario o en una cárcel u hospital, que si la asignatura de religión debe estar en la escuela pública o fuera de ella. Todo esto se puede estudiar desde un punto de vista científico, objetivo, fenomenológico y sociológico, constatando, por ejemplo, qué tanto por ciento de españoles dice ser católico, o evangélico o musulmán y cuántos millones de personas van a misa un domingo cualquiera y si van más o menos que antes.

Aparentemente, los destinatarios de esta obra de misericordia son todos los demás, las personas que conozco y que influyen y conforman mi vida y las que me precedieron y cuya vida y actitudes darían amplia razón de mi modo de ser, cuando no de mi misma existencia. Cuando pienso en mis vivos y en mis difuntos, sea ante Dios, a solamente ante mí mismo, entran en acción todas las dimensiones de mi existencia: pasado, futuro, presente fugaz, memoria, sentimiento, voluntad, decisión libre, proyecto, fracaso y éxito, sueño y realidad mostrenca. El hecho de hacerlo "ante Dios", añade un plus de Misterio de totalidad, porque todo influye en mí, pero no me es dado controlarlo sino en muy pequeña medida; pero sí contemplarlo. Y dado que se trata de una obra de misericordia, esa totalidad es misericordiosa, o sea, que el modo de habitar en ella es intentar ponerse en el corazón del otro y dejar que "el otro" y "el Otro" se instalen en el mío y caigamos todos en la cuenta, nos hagamos conscientes, de que el encuentro, la unión, la solidaridad, la empatía, el amor gratuitamente recibido y emitido, son las componentes de ese lugar pluridimensional que es nuestra vida, nuestra persona, yo mismo, mi entorno, mi Mundo.

Con lo cual, practicando esta obra de misericordia de rezar por los vivos y por los difuntos, hemos fundado la garantía de nuestra propia modernidad, pues todo y todos reverberan en nuestro interior, en el sujeto, en mi yo, que es como una pantalla pluridimensional en la que se proyecta, para mí, todo el Universo. Universo de Gracia y de Misericordia, que lo es, o debe llegar a ser, con mi compromiso y consentimiento.

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