OPINIóN
Actualizado 20/02/2016
José Ramón Serrano Piedecasas

Se dice que vivimos un cambio de paradigma, de método, de narración. Pienso que algo de eso acontece. La distribución de la masa de la tierra, por hablar en términos metafóricos, ha mutado, y de ahí su momento de inercia y período de rotación. Las inercias han disminuido y las rotaciones históricas se han acelerado. Un proceso de cambio apenas perceptible para la mayoría de nosotros.

En la última mitad del siglo XIX y primera del siglo XX se produjo un gigantesco cambio en los paradigmas científico, social y económico. Cambio que aún hoy sigue siendo desconocido para muchas personas. Por ejemplo, el tiempo y la distancia dejan de ser absolutos y pasan a ser conceptos relativos. Su medición depende del lugar que ocupe el observador. Lo infinito pasa a ser una categoría no mensurable, pero pasible de ir siendo acotada.

El azar se reduce a un conjunto de posibilidades impredecibles, no obstante, pasibles de predicción. La vida es movimiento, química, bioquímica y evolución. La historia humana se explica desde lo inmanente, desde lo "material", desde la necesidad cotidiana y no desde algún astro refulgente. Las ensoñaciones, las utopías no pueden liberarse de los patrones culturales al uso. La razón "racionaliza". El inconsciente manda sobre la mayor parte de nuestras decisiones "racionales". La educación y la genética se encuentran detrás de lo no consciente.

El lenguaje ha dejado atrás al nominalismo. La palabra se reduce a un significante y el mismo, a un juego del lenguaje y el juego del lenguaje, a una cultura y la cultura, a una economía y la economía, a una política que administra así o asá la necesidad y la escasez. La religión como narración cosmogónica, explicativa del mundo, pre científica, ha dejado de tener sentido. La filosofía hizo aguas con la ontología y apenas sobrevive aferrándose a un discurso  epistemológico, discursivo y poco más. Y, por fin, la irrupción de los derechos humanos, la igualdad de género, el pacifismo, la justicia social, la laicidad, la ecología y, quizás, una dimensión espiritual del hombre mucho más profunda y universal...

La calle es la partera de la historia, de sus líderes o monarcas, científicos eximios, dioses y religiones. La calle, paridora de narraciones y lenguas. Autor anónimo. Especie inescindible: soy porque eres. En el siglo XVIII y XIX, la gente de la calle terminó con los que distinguían entre nobles y villanos. El siglo XXI quizás cierre esta brecha inmensa que hoy separa a ese uno por ciento del resto de una humanidad sumida en la precariedad. El nuevo paradigma enfrenta desafíos novedosos y descomunales: destrucción medio ambiental, superpoblación, cosificación de la persona, inicua distribución de la riqueza?

En la actualidad, la quiebra de un banco sistémico en EE.UU, el fraude de una empresa automovilística, un atentado terrorista en París, afectan a todo el planeta. La calle ha dejado de ser provinciana. Nuevo paradigma, nueva narración de la historia humana. Resulta, por lo dicho, en extremo aburrido, odioso, preocupante, que algunos políticos sigan hablando de nacionalismos excluyentes, banderas o etnias. La gente de la calle, a todo eso, está pasando página. ¿Podrá pasarla? ¡Sí, pasará página¡ He decidido ser optimista.

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