OPINIóN
Actualizado 20/02/2016
Julio Fernández

El 16 de febrero se han cumplido 80 años de la victoria del Frente Popular en las últimas elecciones generales de la II República Española, previas a la Guerra Civil. Se ha escrito mucho en estos días sobre aquélla efeméride, aunque la mayoría de los artículos de opinión han reeditado virtudes y miserias de un resultado electoral que, para algunos, supuso el triunfo de las clases oprimidas, de los proletarios explotados por sus empleadores y, para otros, de la chusma subversiva a la que había que frenar de alguna manera, sin importar los medios, como así fue después, con el golpe de Estado y la Guerra Civil.

Desde los partidos de derechas se acusó al Frente Popular de haber manipulado las elecciones y de alterar, por consiguiente, los resultados. Lo cierto es que, aunque por escaso margen, los partidos de izquierdas consiguieron la victoria (con 100.000 votos más que los de derechas, aproximadamente) y que, en cambio, se tradujo en una diferencia mayor en escaños: 263 frente a 156, porque el sistema electoral primaba las coaliciones entre partidos.

Mi objetivo en este breviario no es contribuir a buscar, una vez más, las causas que provocaron el vil y cruel enfrentamiento fratricida, sino recordar a uno de los protagonistas políticos de aquéllos tiempos y que, por desgracia, ha pasado desapercibido, tanto para los Tirios, como para los Troyanos y que con su honorable actitud consiguió que fuera querido, pero también odiado,   simultáneamente, por los miembros de cada uno de los dos bandos en conflicto.

Me refiero a Melchor Rodríguez García, un anarquista que fue Director General de Prisiones desde noviembre del 36 hasta marzo del 37. De origen humilde, este sevillano del barrio de Triana se quedó huérfano de padre siendo muy joven. Comenzó realizando trabajos de calderero y posteriormente probó suerte como torero, pero una cornada le inhabilitó para seguir en los ruedos. Se trasladó a Madrid y allí trabajó como chapista y se integró en la CNT. En esos ámbitos libertarios luchó siempre por los derechos de los trabajadores y de los presos políticos (defendió a todos, también a sus adversarios). Esa incesante lucha hizo que Melchor fuera encarcelado varias veces, no sólo con la monarquía y la dictadura de Primo de Rivera, sino también en la República.

Cuando en el Gobierno de la República presidida por Azaña, entraron ministros socialistas, comunistas, además de los de diversos partidos republicanos (en septiembre del 36) y anarquistas, a partir de noviembre (hasta ese momento, el gabinete estaba constituido, exclusivamente, por miembros de partidos republicanos de izquierdas y algún independiente), entra en escena Melchor Rodríguez, asumiendo la Dirección General de Prisiones en un momento tremendamente dramático. El ejército rebelde bombardeaba Madrid y otras localidades emblemáticas como Alcalá de Henares y la retaguardia republicana respondía a los ataques con asesinatos masivos de presos franquistas recluidos en las cárceles.  Su profunda humanidad y valentía hizo que se enfrentara, incluso personalmente, a quienes se personaban en las cárceles para ejecutar a los presos, como ocurrió en la de Alcalá de Henares en diciembre de 1936. Ni el alcalde de la ciudad ni el director de la prisión se vieron capaces de evitar la masacre; pero Melchor se personó en el centro y, aunque le estuvieron apuntando los fusiles de la comitiva, impidió, mediante la palabra, que fueran ejecutadas 1532 personas presas del ejército franquista. Lo mismo hizo en otras cárceles poniendo en riesgo su propia vida e integridad.

Esa actitud de defensa a ultranza de la vida humana, también en tiempo de guerra, mereció el reconocimiento internacional, incluso la Asamblea de Naciones Unidas le distinguió por ello. En una entrevista que le hicieron cuando la guerra civil estaba a punto de terminar le preguntaban que por qué siendo anarquista salvó la vida de tantos nacionales en el periodo rojo. Su respuesta es digna de enmarcar: "simplemente era mi deber. Siempre me vi reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en la cárcel pedí protección a los monárquicos, a los derechistas, a los republicanos?, aquellos que se encontraban en el poder; entonces me consideré obligado a hacer lo mismo que había defendido cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles, es decir, salvar la vida de estas personas".

Acabada la contienda, la justicia franquista le condenó a 6 años de cárcel, que cumplió con dignidad. Al salir, siguió viviendo modestamente, siempre con la honradez personal que le caracterizó y en la defensa incesante de los derechos de los más desfavorecidos. A su funeral (falleció el 14 de febrero de 1972) asistieron autoridades del régimen franquista, ex combatientes republicanos y franquistas y ex presos de todas las ideologías. Su féretro fue cubierto con la bandera anarquista y un crucifijo. Además, se cantó la ceremonia el himno anarquista y se rezó un Padrenuestro. Algo insólito en aquéllos momentos.

De ahí que se ganara a pulso el calificativo de "Angel Rojo" y que su frase más celebre haya pasado a la historia como icono de la defensa de la vida, aún en los tiempos más oscuros y trágicos: "se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas" .  

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