OPINIóN
Actualizado 19/02/2016
Eutimio Cuesta

No se trata de un pronóstico, es la propia realidad. Cuando confirmo una noticia, es porque tengo información directa de los dioses. Como conocéis, los dioses lo saben todo y lo vaticinan todo, porque ese es su privilegio y su poder, el don de la noticia.

Hace unos días, me trasladé a Delfos y me acerqué al santuario de Apolo, que descansa sobre los pies del monte Parnaso. Allí se veían piedras y trozos de columnas esparramados por la ladera y el llano; en cambio, el lugar conservaba la sombra de la divinidad, que no se ha desvanecido a pesar de la intemperie y de las calamidades mundanas. Dentro de mi soledad y silencio, se me aparecieron las figuras de Apolo, de la sacerdotisa Pitia y de su compañero el Profeta.

La anciana Pitia me invitó a entrar en su aposento y, al amparo de la lumbre, me contó los enredos de su oficio, de sus cambalaches para desenredar los agüeros, de su relación y caprichos de su jefe, el dios Apolo, y de las certezas de su compañero el intérprete.

Ella quería conocer los motivos por los que yo me había desplazado a esas tierras lejanas y mi premura en el desenlace de mis dudas e incertidumbres. Le hablé que habíamos vivido y soportado, en las últimas fechas, un carnaval, un antruejo, unas fiestas en las que el disfraz lo había acaparado todo, y que algunos "principales" habían lucido sus sentencias inhibidoras. Los atuendos más frecuentes, habían sido el de la figura de don Tancredo; el del lobo feroz con sus fauces descarnadoras; el de bruja: el del hombre del saco, que sembraba miedos y  reanimaba fantasmas aletargados o extintos; el de comercial con su muestrario; el de galante conciliador; el de charlatán de juegos malabares, y los de damas de altos copetes, que nunca han roto el  plato de "no me consta".

Así se han entretenido un montón de días, con promesas y desafíos, hasta que llegó el miércoles de ceniza, el introito de la cuaresma: con el "polvo eres y en polvo te convertirás". Y, con esta sentencia irrefutable, los "carnavaleros" se han visto circundados por un resplandor del cielo, que les ha derribado del caballo de la prepotencia, del orgullo y de su ambición de poder, y poseídos de humildad, se han sentado y se han mirado a los ojos: momento de la reflexión, de las charlas cuaresmales reconciliadoras y de la aceptación del consejo imperativo del pueblo soberano; y, con el propósito de enmienda de tantas vejaciones, improperios y desatinos, han desplegado sobre la mesa sus voluntades de consenso y de acuerdo con el compromiso de compartir respeto, justicia, ética y servicio con el ciudadano.

Y con esta valija de buenas intenciones, me he llegado a consultar a Pitia, cuál puede ser la fecha recomendada para firmar y sellar la confirmación y estabilidad del gobierno. 

"Has de cumplir con el rito, me insinuó la anciana. Este consiste en ofrecer a Apolo una tarta hecha con miel y sacrificar una cabra, que has de quemar en una hoguera rociándola con agua. Si el cuerpo del pobre animal tiembla durante la ofrenda, significa que Apolo accede a escucharte".

Realizado el sacrificio, la sacerdotisa, instalada en la cripta del templo e inclinada sobre su trípode, entraba en comunicación con el dios. Mientras, masticaba hojas de laurel, espolvoreaba harina y bebía largos tragos del agua que manaba de la fuente sagrada. Sus palabras me resultaban ininteligibles, empero el Profeta estaba allí para ayudarme a descifrarlas. Su resultado fue la ratificación de que la fecha preferida por el dios "era el domingo de Pascua, cuarenta días después del miércoles de ceniza".  

Y así será.

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