Algunos ya dejaron atrás los petardos y la purpurina. Otros ni si quiera saben en qué fechas están, solamente saben que esa noche han tenido la suerte de encontrar un lugar seco donde dormir y acabarse la media botella de Larios que quedaba. Y también habrá quien eche de menos, o quien eche de más, champán a la copa, quizá. Depende de qué casa, qué calle y de qué manera. Lo que no cambia es ese propósito de ser 'mejor' a corto plazo, y luego si eso, decir: año nuevo, vida nueva.
¿Pero cuándo empieza lo nuevo y termina lo viejo? ¿Acaso necesitamos algo que nos diga 'aquí y ahora' o simplemente hace falta la necesidad de cambios para que estos empiecen a brotar? Necesidad, qué concepto tan raro. Las necesidades son algo tan sobrevalorado... Pueden ser justo lo contrario, según donde se mire, o a qué continente, más bien. Desde luego que no son para todos lo mismo, porque muchos ven ahora el 'amor' de su vida en un móvil nuevo, cualquier cosa material que llegue a sus manos como recompensa de algo o de nada. El bombardeo que rebota de la publicidad a la vena consumista del hombre puede pasar inadvertido, cuando se trata de una tradición compartida por todos. Hay algo que celebrar, si, pero para celebrar hay que saber, como mínimo por qué se celebra. Y recordar, y no fingir, y no sonreír para ser portada o dejarse embaucar por la lagrimilla artificial de eso que nos venden. Hay que ser más valiente que para aguantar una cena entera de nochebuena, la comida del día después, y no decir que estás lleno, pero lleno de tanto estar por estar. Se puede ir más allá y alejarse por un momento del barullo, dedicarse a hacer memoria, mirar hacia arriba y pensar que no todos tuvieron la suerte de sentarse a la mesa ni de brindar por salud, dinero y amor. Que de esas tres cosas no siempre habrá suficiente y no en la misma medida, que aún así faltará algo, quedará un huequito por ahí suelto. Por eso brindemos por intentar rellenar eso que nos falta, y no tener miedo de beber una copa de más antes de gritar un 'te quiero' en medio de la calle. No perdamos eso que nos incita a sonreír antes de media noche, aunque sea un recuerdo muy lejano. Como ese ímpetu con el que de niño te levantabas el día seis por la mañana mientras todos dormían a ver que habían dejado los reyes para ti. Creer en aquello no era tan absurdo, la ilusión es una ola que nos empuja, que nos mueve, que nos derrite. La fe, eso si que es un regalo que debería darse cada año, y dárnoslo a nosotros mismos. Envuelta o no, más grande o más pequeña, en un sobre o en una caja con lazo. Pero sin desperdiciar ni un poquito. Cada uno sabrá qué hacer con ella, si ponerla en un sueño, en una persona, o en esa meta que se juró alcanzar algún día.
La felicidad viene después.
Hay que poner los zapatos para que sepa dónde dejar su magia.