OPINIóN
Actualizado 16/02/2016
Charo Alonso

Que sí, que hay librerías con encanto, no tiene que venir la guía Michelin ni el ABC a recordárnoslo, pero nunca está de más. Porque no lo está que reconozcamos la magia de ciertos lugares a despecho de la tecnología, la piratería y de plano la vagancia. Leer es un ejercicio de la inteligencia y un vicio compartido, entrar en una librería o en una biblioteca es hacerlo público, hablarlo, disfrutarlo? y si es con niños, más, y si es con teatro, títeres, charlas, café y cariño, más aún. Las nuevas librerías son lugares hermosos, con talento y carisma para que te quedes un rato deambulando, hablando de libros ?a los enamorados nos gusta hablar de lo que amamos y a mí no se me cae mi chico de la boca- tocándolos y acariciando sus lomos y portadas. El librero es aquel que te deja caminar en el bosque de papel y que te dice si ese volumen que tienes en la mano ha gustado o no, te sienta bien o te tira en la sisa? y si encima, como el mío, me ve cara de frío y me pone en la mano un té, pues ya puedo quedarme a vivir entre las paredes multicolores.

   Vayan a una librería con encanto con niños? se fascinan, se embriagan de páginas y troquelados, se sientan y se sienten felices en una esquina de la estantería con ese libro que luego querrán llevarse a casa. No hay nada como un prelector, estos aman los libros enteros y se los llevan a la boca para degustar la buena literatura. Déjenle que construya una torre de libros y viva en ella, vayan a pedirle que busque coches, tractores, bomberos y perros. Al pollo pera le desbordan las granjas y los animales y ahora que quiere apagar todos los fuegos hasta le gustan los mapas. A Noa las casitas de ratones y los librotes de historia con los que su padre estudia las guerras napoleónicas. La prima de riesgo vive entre las hadas y las princesas y la niña bonita es presa fácil de cualquier novela gótica que se precie. Los soberanistas leen con más rapidez en catalán, pero a los pobres les toca recibir siempre de su tía lectora libros en cualquier lengua, y en el caso de Judith, nuestra niña de colorines, no hace distingos entre el castellano y el inglés. Tengo unos sobrinos muy lectores y les alimento de hojitas de papel y miguitas de cartón para que vayan por el buen camino, directos a la librería a disfrutar y a arruinarme, ya de paso. Pero qué regalo es regalar libros y pasar el rato con ellos en una librería que tenga espacio, encanto y libertad para tomar y gustar el tomo que nos gusta.

   Probablemente, como todos los negocios que emprende un heroico autónomo, el de una librería es uno de los más arriesgados y complejos. Por eso hago un elogio del librero, que no vende cualquier cosa, sino que nos conoce bien y nos recomienda píldoras para los tiempos aciagos y sopa de letras para el corazón cansado. Un librero es algo más que un comerciante, un librero nos atiende esa falta dolorosa de comunicación que tenemos a veces. Por eso, si en su vida falta un poco de encanto y un mucho de monotonía busquen una librería con eso mismo y un librero de cabecera? verá como la receta le pondrá una sonrisa con olor a papel y a tinta amorosa.

Charo Alonso

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez

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