OPINIóN
Actualizado 16/02/2016
Francisco Delgado

Ahora que estamos a punto de abandonar en nuestro país este sistema de bipartidismo, que duró toda la larguísima etapa desde la Restauración hasta prácticamente la dictadura de Primo de Rivera y ya en el siglo XX otros cuarenta años (casi los mismos que la dictadura de Franco),  es un buen momento para una reflexión: sobre sus inconvenientes (muchos) y sus ventajas (pocas), reflexión hecha por un ciudadano, no un político, que ha vivido " en sus carnes" toda la transición.

Comienzo desmontando el supuesto gran argumento a favor del bipartidismo: sus partidarios ponen siempre el ejemplo de dos de las democracias más consolidadas de Occidente, Inglaterra y EEUU, que lo practican; es un modelo muy práctico, dicen. Pero este practicismo no ha impedido las graves crisis democráticas por las que han pasado ambos países y los graves defectos que alberga su complejo modelo. Preguntémosle a la Historia y a gran parte de su población.

¿Por qué el bipartidismo es malo para la democracia de un país?

Primero, por su artificialidad: es muy poco real decidir que todos los modos de comprender el mundo y el modo de gobernar (político, social, cultural, económico) se puedan agrupar en dos. Dos modos está sospechosamente muy cerca de uno, y casi todo el mundo sabe dónde llevan los partidos únicos. Felizmente el pensamiento humano es audaz (no tanto la conducta), libre (si le dejan) y discierne muy bien sobre matices, puntos intermedios, diversidades.

Segundo, por su pobreza no solo de ideas, sino de estrategias de actuación para conseguir más justicia, más trasparencia y más libertad. Teniendo aún el ser humano esa tendencia ancestral a dividir el mundo en buenos y malos, el bipartidismo está siempre en el límite de esa división: un partido es "el malo" y el otro es "el bueno". Con esa división a su vez la población está siempre fragmentada en los dos polos, que tienden a radicalizarse, cuando no a odiarse o al menos a tensionarse. Los españoles tenemos ya una gran experiencia de fragmentar a la población en "buenos" y "malos" y nuestra actual dificultad de PACTAR es una consecuencia más de lo poco que hemos aprendido a dialogar, a ceder, a compartir, en esta larga experiencia bipartidista.

Tercero, lo supuestamente valioso del bipartidismo, su carácter "práctico", desaparece  cuando observamos cómo se actúa en lo legislativo: el partido A legisla anulando lo que el partido B aprobó en su legislatura y cuando llega el partido B al poder suprime las reformas del partido A: la sociedad da vueltas sobre los mismos temas sin avanzar. En España la educación es uno de los ejemplos más tristes de cómo en las últimas décadas tantas leyes educativas alternando han dado como resultado uno de los peores sistemas educativos de la Unión Europea.

Podría seguir la larga lista de inconvenientes democráticos del bipartidismo, pero este espacio no da para más; sí para terminar animando a que no sintamos ninguna "pena" por abandonar de una vez para siempre este simplismo, llamado bipartidismo. En un par de años tendremos la perspectiva suficiente para alegrarnos de haber dado este paso, este cambio que España necesita. 

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