OPINIóN
Actualizado 15/02/2016
Sagrario Rollán

"Y la palabra crece, se escapa de nosotros. ¿O somos la palabra huyendo eternamente de sí misma?" Emilio Rodríguez, 'Lugar de manantiales'

La presencia de la filosofía en los programas escolares está en crisis al parecer de un lado a otro del Atlántico, en Europa y en América. Uno de los problemas puede ser la falta de convergencia entre la educación humanística y la educación científica, en detrimento de la primera, y para confusión y amputación de la segunda. Mas la necesaria convergencia entre humanismo y formación científica está en la base del saber decir: saber hablar, saber escribir. Se trata de  expresar más que meras sensaciones, esas que están al nivel de la pura necesidad animal, o del icono digital, tan socorrido como efímero.   Saber decir no es sólo expresar sentimientos, impresiones o estados fugaces en la epidermis del espíritu o en las regiones remotas del "cerebro reptiliano" (Mc Lean), sino que consiste en distinguir (para unir, como decía Maritain en Los grados del saber) procesos, relaciones, productos, entidades, etc.

   El desprecio de la filosofía tiene que ver con  la configuración de los sistemas educativos vigentes, como perpetuadores de ciertas fisuras que rompen la unidad del pensamiento, lo socavan y lo fragmentan, lo desvirtúan y lo contagian de banalidad, amen de  impedir su deseable convergencia  hacia una visión universal y objetivable  de la realidad, que permita traducir ésta en un todo armonioso , o procurarse una weltanschauung.

   La primera fisura sería la división en ciencias y letras, que estigmatiza y margina las humanidades en pro, supuestamente, de saberes más útiles o productivos. Además arraiga prejuicios, como el de en las materias de ciencias, "no hay que enrollarse", o que uno de letras es menos inteligente o no sabe razonar, sino solo "empollar de memorieta" .  Todo ello genera  descontento y desprecio de la  "verdadera cultura", destruye su raíz vital y espiritual, y la convierte en un mero barniz de erudición sin sentido, como ya criticara a principios del siglo pasado Simone Weil.

   Recordemos el ejemplo de grandes  científicos, como Darwin, paradigma de expresión admirativa, penetrante,  profunda y respetuosa con el objeto de estudio, donde la seriedad científica y la literatura como claridad y agilidad expositiva se conjugan perfectamente;  el mismo Bertrand Russell en el  famoso texto de la "tetera gigante", para argumentar su agnosticismo;  o tantos médicos y fisiólogos de los siglos XIX y XX. Médicos cuyas descripciones, observaciones y metáforas son capaces de vehicular conceptos y descubrimientos asombrosos, con la misma fuerza literaria que un texto como La Ilíada o un poema de Hölderlin.  Rindamos homenaje al doctor Oliver Sacks: chispa, humor, amor, ternura, divulgación, compasión  y claridad de estilo son algunas de las cualidades que florecen en  los  escritos de este brillante neurólogo, recientemente fallecido.

   La  segunda fisura que contribuye a afianzar los prejuicios de la divergencia es el uso necio de las tecnologías. En manos de los "analfabetos funcionales" que con demasiada frecuencia son nuestros alumnos, su uso indiscriminado y compulsivo para satisfacer la curiosidad inmediata e irreprimible de lo banal e intrascendente, por su misma condición de rapidez y dispersión,  está generando una especie de cortocircuitos mentales. Los procesos de reflexión y de maduración de aprendizaje  y  pensamiento se ven abortados antes de llegar a término. Entiendo  por pensamiento - al modo cartesiano-   ese proceso de conciencia que se auto- posee, se auto-construye y se auto-cuestiona; o al modo de Ortega:  si la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa, lo es solo en tanto y en cuanto uno se entera, o sea,  se da cuenta y se pone entero en ello; la vida es enterarse, ser y estar entero, no fragmentado, diluido, diseminado en tantos pequeños retazos reproducidos hasta el infinito en los espejos equívocos de la red.

   La tercera fisura,  que entorpece el ejercicio pedagógico unitario abocado a saber expresar conocimientos científicos o humanísticos con claridad y distinción, es el libro de texto. El libro de texto es una barrera de ignorancia, perfectamente diseñada por el mercado, construida sobre  prejuicios consolidados,  que clausura la entrada del verdadero libro de autor en el aula;  mucho más ahora que se elaboran con la rapidez y premura de las leyes caducas de educación en un "corta y pega" semejante al que hacen los propios alumnos apresuradamente la víspera de examen. Constato cada día que están plagados de errores,  imprecisiones y repeticiones, sobre los que constantemente se precisa rectificar,  al menos los  manuales de filosofía.

Por todo ello propugno la filosofía como aprendizaje significativo, que se autoconstruye y se posee, contra el estudio funcional, memorístico, que aprehende el contenido ya completado, ajeno e indiferente a su génesis. Lo primero es la atención al proceso mismo de emergencia de la palabra como una palabra plena, es decir,  preñada de algo que habrá de ser alumbrado y puesto en el mundo, en tanto que sujeto activo, creador, pensante. Si traducir es guiar de un lado para otro, trasladar, trasponer, versionar, e interpretar, entonces veamos cual puede ser nuestro papel - profesores de filosofía- en el arte de interpretar en una sociedad de la comunicación altamente agresiva (tanto en el medio como en el mensaje) plagada de imágenes y bombardeada de informaciones, que aplastan literalmente al usuario de los medios de comunicación y lo convierten en objeto de consumo y consumible.  

   ¿Cuál no será la osadía de intentar traducir lo que no está todavía en la lengua? El proceso de  liberación de las sombras, de lo pegajoso y oscuro de la arcilla informe de la caverna platónica se renueva cada día. Cada día en el aula se inaugura  la paideia.

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