OPINIóN
Actualizado 13/02/2016
Manuel Lamas

Siempre que puedo, escapo de grandes celebraciones y de protagonismos innecesarios. No me gusta soportar eventos en los que se concede barra libre al tiempo, como si este no tuviera otra finalidad.

Amo las pequeñas cosas que alimentan la vida sencilla. Junto a ellas,  y el tiempo discurre con la cadencia necesaria para abordar la realidad sin grandes sobresaltos.

Me atraen, especialmente, esos momentos en los que una circunstancia inesperada nos endulza la vida. Puede ser un aroma que me transporta a otro tiempo, quizá a los años de la infancia, cuando todo era posible, porque no había caminos por donde extraviarse, ni proyectos que nos quitaran el sueño.

Ha pasado el tiempo y vuelvo con cierta nostalgia sobre los recuerdos. Con ellos, aparece la vida sencilla, nutrida de inquietudes semejantes a las de hoy. Vienen a la memoria las pequeñas cosas de entonces. No se han borrado a pesar de su insignificancia. Son las que nos salvaron ayer, y también nos salvan hoy, de la necedad que nos circunda. Esos recuerdos, nos sirven de guía para no tropezar repetidamente con los mismos obstáculos.

A veces, un pequeño detalle es suficiente para abrirnos los ojos. Recobramos así, mundos que teníamos olvidados y afectos que creíamos perdidos. Un leve rayo de luz sobre una planta, o una voz que escuchamos y que se parece a la de un ser querido que ya no está con nosotros, son suficientes para llevarnos al pasado.

Pero, unos segundos después, volvemos a la realidad; a nuestro aquí y ahora, repleto de insignificancia y plagado de uniformidad. Tristemente constatamos la falta de reconocimiento que hoy sufre el talento personal; los valores individuales hoy no son reconocidos. En este aspecto, lo hemos perdido casi todo. 

Hoy, todo lo controlan las grandes compañías; las mismas que esconden su nombre, quizá por vergüenza, bajo siglas que nadie comprende. Son las que controlan el poder económico y manejan, a su antojo, la política de nuestro tiempo.  Frente a ellas, somos como hormigas que acarrean cosas que no sirven para nada. Además, nos esclavizan con los precios abusivos que ponen a los servicios que prestan y a las cosas que nos ofrecen. Todos los días y, a todas horas, nos dicen como tenemos que vivir. Aún así, hay personas que saben leer entre líneas; que escrutan el contenido de la letra pequeña en los contratos que nos presentan. Por eso, periódicamente necesitamos refugiarnos en las cosas sencillas.

Pero es necesaria una condición especial para disfrutar de cosas tan simples. Quizá no hayas advertido aún que, lo más grande, se fragua en la quietud que procura lo sencillo. En ese espacio, la mente adquiere su mayor rendimiento, porque, nutriéndose de esa tranquilidad, es capaz de escalar metas insospechadas. De esta forma, lo simple, pierde la insignificancia que le caracteriza y se convierte en motor de arranque para alcanzar mayores empresas.  

Abracemos, por tanto, la tranquilidad que nos brinda la vida sosegada. Nada ni nadie podrá arrebatarnos el equilibrio que nos aportan las pequeñas cosas. Por una razón fundamental: ese beneficio, no es extrapolable a los demás. Se trata de algo sin configurar que adquiere su valor en conjunción con cada persona. Serán sus expectativas, sus sueños, sus esfuerzos, y el concepto que haya formado de la realidad,  quienes darán forma a tan preciado bien.

Estamos acostumbrados a referir lo importante. Omitimos, inadvertidamente, que son las pequeñas cosas las que equilibran y dan sabor a la vida. Y, como ocurre con la salud, no reparamos en su importancia hasta que las perdemos.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Vida sosegada