OPINIóN
Actualizado 13/02/2016
Tomás González Blázquez

El Carmen de Abajo, San Pablo, San Julián, Capuchinos, Sancti Spíritus y la Vera Cruz. De la noche de Getsemaní, amarga y aleccionadora, al anochecer del primer día de la semana, estando cerradas por el miedo las puertas del cenáculo, sin que eso impidiera la presencia resucitada de quien todas puede abrir. Del primer domingo de Cuaresma al segundo de la Pascua. Del domingo de Piñata al domingo In Albis. De las tentaciones en el desierto a la Divina Misericordia. Desde la ribera del Tormes hasta el Campo de San Francisco. Del Cristo de la Oración en el Huerto a Jesús Resucitado. Un paseo que siempre está disponible para la oración, pero que ahora se sugiere en días de Jubileo y Asamblea, se subraya con acento cofrade y se apoya en los inagotables relatos evangélicos, en las contemplaciones de papel de Rodríguez Olaizola ("como si presentes nos hallásemos") y en la oración hecha obra de misericordia. En cuerpo y alma, hasta catorce, como catorce son las estaciones del Vía Crucis antes de la meta, decimoquinta estación que ya es Vía Lucis toda ella.

 

El Carmen de Abajo, allí donde las noches de Jesús de Nazaret y de Juan de la Cruz resultan tan iluminadoras en su oscuridad, allí donde el artista Alén ha pegado los olivos al alma, la luna a la arena, el fondo a la forma, los hombres a Dios. En verde silencio se duerme y se implora, se sueña y se ora, se vence perdiendo y se gana llorando.

 

San Pablo de peldaños hacia un Cielo en la tierra, que se abaja por marzo, el primer viernes. Rescatado que rescata de tantas maneras, y que hace unos días convocaba a uno de los suyos, sin duda predilecto, el bueno de Tomás Martín, a la definitiva y eterna junta de hermanos.

 

San Julián vestido de moradas galas por el tercer centenario de su insigne y devoto Nazareno, el mismo que bendice con la mirada a todo cireneo que se apiade de Él, a toda verónica que le ampare, a todo aquel que salga a su paso. Paso grande de tres siglos. Paso de la calle de la amargura.

 

Capuchinos de San Francisco, de Agonía extendida en cruz pidiendo perdón para los verdugos, prometiendo el Reino y regalando a la Madre. Cristo de unamunianas consideraciones, de tez de ultramar, de calles que lo echan de menos y plazas que añoran su pecho henchido de amor hasta el extremo.

 

Sancti Spíritus del Cristo de los Milagros, cruz gloriosa de la Pascua que ya en Cuaresma es plegaria cada martes de quinario, cuerpo muerto del que brota la vida por la fuente del costado, herida abierta, manantial infinito de agua y sangre.

 

Y al fin, la Vera Cruz, que todos sus dolores de Santo Entierro los traduce en la alegría de verle y saberle para siempre Resucitado, los ángeles tocando melodías a sus pies, las flores siéndole alfombra, la luz del cirio pascual propagándose de su mano.

 

Seis rostros de Misericordia: el que ora, el que rescata, el que camina, el que lucha, el que obra milagros, el que da la vida. El Único Jesucristo. Catorce estaciones y una Luz siempre encendida.

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