OPINIóN
Actualizado 09/02/2016
José Javier Muñoz

Me preguntaba retóricamente en un artículo de esta misma sección a quién puede interesar que los ciudadanos sean ignorantes. Porque es obvio que la información ha sido sustituida por la propaganda y las omnipresentes noticias sobre la corrupción, en campaña para la destrucción de la derecha.

Sí, claro que existe corrupción en el PP. Abundante y grave. Y también es cierto que la corrupción de los socialistas en Andalucía y de los nacionalistas en Cataluña es cualitativa y cuantitativamente mucho más grave porque consiste en la apropiación masiva y el desvío de una cantidad inmensamente mayor de dinero público. Y que hay indicios serios y fundados de que los jefes de Podemos se han lucrado de mucho dinero procedente de dictaduras sanguinarias que mantienen en la ruina y la opresión a buena parte de sus pueblos. Y que esta misma semana se está celebrando en el País Vasco el juicio por malversación de fondos destinados a viviendas de promoción pública por parte de los responsables de Izquierda Unida (Ezker Batua), partido al que el gobierno nacionalista del PNV confió hace diez años la gestión de ese departamento. Hay incontables denuncias de adjudicaciones a dedo, inversiones desviadas a proyectos tan ajenos y extravagantes como la producción de una película gay. ¿Han visto ustedes abrir algún telediario con esta última noticia? ¿Existe equilibrio, objetividad o proporcionalidad en el tratamiento periodístico de unos y otros casos de corrupción? ¿Dudan de que las omisiones sean conscientes y voluntarias? Pues no lo duden; el que la mayoría de los ciudadanos estén en la inopia (o peor aún, desinformados) conviene mucho a los mismos que se benefician de la pobreza.

Desde luego, a los empresarios no les interesa que haya pobres, pese a que la izquierda les acusa siempre de ser culpables. A los hombres de negocios, industriales, fabricantes, comerciantes o intermediarios, inversores, constructores, almacenistas, distribuidores, transportistas... (lo mismo de grandes compañías que de modestos establecimientos familiares) les conviene que la gente disponga del mayor poder adquisitivo posible. Es decir, actúan para ganar dinero y con ello crean riqueza. Si sólo buscaran la suya propia, ¿quiénes iban a ser sus clientes?

La respuesta de a quién interesa la ignorancia hay que buscarla mediante el sencillo silogismo jurídico del quid prodest. Puede que contengan pistas estos episodios de la historia: Refiriéndose a la actuación durante la Guerra Civil de los socialistas y comunistas, a los que la terminología oficial bautizó como "los republicanos" (curiosa paradoja dado que Franco era republicano), Paul Jhonson escribe que "los republicanos manejaron sus finanzas del modo más absurdo. Iniciaron la guerra con una de las reservas más cuantiosas de oro del mundo: 700 toneladas [...]. En lugar de utilizar este caudal para obtener préstamos o para realizar pagos directos en los mercados de armas en los países capitalistas de Occidente al mismo tiempo que se conseguían armas rusas a crédito, entregaron a Stalin más de las dos terceras partes de su oro". (Tiempos Modernos, p. 412).

Veamos un ejemplo del comunismo que inspira a la izquierda radical española. Cuando Lenin contaba veintidós años de edad "disuadió a varios amigos de la idea de recolectar dinero para las víctimas del hambre, con el argumento de que el hambre cumple una función progresista y lograría que los campesinos reflexionen acerca de los hechos fundamentales de la sociedad capitalista." (Lenin, David Suhb, cit. por Johnson, p. 72).

La casuística se puede hallar en los cinco continentes con variados matices, desde el extravagante populismo castrista y bolivariano al redentorismo socialista del Tercer Mundo. Cuando Rajiv Ghandi fue elegido candidato a la presidencia de la India por el Partido Congress (socialista) tuvo que optar entre favorecer la economía impulsando a las empresas y mantener en la pobreza a su electorado: "los viejos dinosaurios del partido le recordaban que lo importante era mantener la lealtad de los votantes, que en su inmensa mayoría eran pobres de solemnidad. ¿Qué sentido tenía hacer una política que no les beneficiase a corto plazo? ¿Acaso quería Rajiv que el partido perdiese las próximas elecciones?". (El sari rojo. Javier Moro, p. 382).

En fin, como para confiar a "un pacto de izquierdas" la administración de nuestra despensa común...

(Foto: J. J. Muñoz)

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