OPINIóN
Actualizado 08/02/2016
Francisco López Celador

O estamos atravesando una etapa de amnesia colectiva, capaz de borrar periodos de nuestra historia, o, simplemente, el español no se preocupa de cultivar su nivel cultural, ni empaparse personalmente de lo que sucedió en España para no admitir como enteramente cierta la versión que pretendan venderle. Ahora la moda y la panacea de todos los males está en la república. El que se tenga por buen progresista -¿hay alguien que no quiera progresar?- debe declararse forzosamente partidario de la república. Si el republicano, para ser consecuente con sus principios, debe proclamarse incondicionalmente demócrata, puede interpretarse que para él, allí donde no haya una república, no habrá un régimen democrático. Como si en este mundo no existieran  repúblicas con un reconocido tufo a dictadura. Por desgracia no habría que esforzarse para encontrar varias. Que se lo pregunten a Podemos. Del mismo modo, es igualmente cierto  que se pueden citar muchísimas naciones modelo de convivencia, desarrollo, bienestar social, ejemplo de libertades y derechos humanos, al frente de cuyos gobiernos se encuentra un Presidente de la República. Es decir, el problema no está en los sistemas de gobierno, sino en las personas que lo ejercen.

Desde que España es una nación independiente ?de las más antiguas de Europa-, hemos pasado por monarquías más o menos absolutistas, repúblicas, dictaduras y, por último, la nueva etapa de régimen democrático con una monarquía constitucional y parlamentaria. En todos estos siglos de nuestra historia no ha existido otro periodo más duradero de paz, unidad y progreso que el de nuestra reciente democracia. Quien no lo reconozca así, no conoce nuestra historia

Sería bueno que quienes anhelen la república se pregunten qué ha sucedido para que hoy España no sea una república. Dicho de otra forma más objetiva: ¿Por qué hay otras naciones que sí se sienten cómodas con esa forma de Estado, la mantienen durante tantos años y, sin embargo, en España ha fracasado estrepitosamente en sus dos intentos? La respuesta está en su historia; les va muy bien.

La crisis que sobrevino tras el reinado de Isabel II  fue manejada con escaso acierto por dos partidos, liberal y conservador, que se alternaron en el poder poniendo de manifiesto que, a pesar de sus distantes ideologías,  les unía una declarada oposición a la monarquía, un enconado enfrentamiento parlamentario, poca solera democrática y la aparición en escena de movimientos nacionalistas. El conato de implantar nuevamente la monarquía en la persona de Amadeo de Saboya volvió a fracasar, y todo ello, debidamente aderezado, dio lugar a la I República, tan breve como lamentable. En menos de un año desfilaron nada menos que cuatro presidentes. Se intentaron políticas avanzadas para su época, pero los políticos no estuvieron a la altura que se esperaba de ellos. De hecho, la I República alumbró la Constitución de 1873 donde, por primera vez, se contemplaban la libertad religiosa, la soberanía popular y ese concepto que tanto cautiva al socialismo de nuevo cuño: el federalismo. Primera constatación de que los políticos españoles están hechos de otra madera fue el esperpento de un federalismo llevado al paroxismo. España se convirtió en un verdadero caos territorial porque, queriendo ser más cantonalistas que Suiza, se proclamaron independientes los territorios nacionalistas y los que no lo eran. La guinda la puso el cantón de Cartagena que sobrevivió a la misma República. El intento de reformismo y la pretensión de instaurar un proyecto federalista no aguantaron las tensiones internas ni los problemas económicos. Fallaron los políticos.

Si el arranque de la I República estuvo en el reinado de Isabel II, el de Alfonso XXIII vio amanecer la II República el 14 de abril de 1931. Anarquistas y socialistas deseaban sustituir la monarquía por formas particulares de socialismo; los republicanos querían su república y catalanes y vascos soñaban con su propia patria. Pactos conspiratorios, intentos golpistas y agitación callejera convirtieron unas elecciones municipales de dudosos resultados en plebiscito tumultuario con barra libre de abusos y desmanes. Los excesos sangrientos que adornaron este periodo, y que dieron lugar al hecho más vergonzoso de la historia de España, se incubaron durante la II República. Volvieron a fallar los políticos.

La situación actual en España, cada vez se parece más a la de esa etapa. Unos no vivimos aquella época y otros no quieren reconocerla. Los ensayos llevados a cabo en España a base de movimientos frente populistas siempre han terminado en tragedia. ¿Estamos dispuestos a tropezar en la misma piedra, por tercera vez?

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