OPINIóN
Actualizado 07/02/2016
Paco Blanco Prieto

Los historiadores intentan contar la verdad de la historia, mientras que los historiaderos la transforman al antojo del patrón o de la andorga.

Aceptando la dificultad insalvable de tener una visión absolutamente objetiva de la historia, por mucho interés que se ponga en desentrañar la verdad sin fisuras en los hechos, los historiadores tratan de aproximarse a la realidad mientras los historiaderos la disfrazan espuriamente, como hacían los antiguos cronistas de la Corte embelleciendo la historia personal de quienes les pagaban suculentos sueldos por sus servicios.

Los historiadores se distinguen de los historiaderos en que los primeros interpretan honestamente de la historia y los segundos vician los análisis con malignas orejeras, terminando por manipular los hechos a su antojo, para nutrir la andorga y consolar a los incondicionales que aplauden adormecidos por las subjetivas doctrinas que les cuentan los cuantacuentos.

Los historiaderos cambian la descripción real por fantásticos relatos concluyentes en el maniqueísmo que fomenta indultos y condenas al antojo del falsificador, derribando puentes que llevan a la verdad y fomentando la división con interpretaciones subjetivas alejadas de la realidad que ocultan entre lamentos nunca justificados.

Tampoco los historiadores están libres de pecado porque algunas veces ahogan el sentido histórico en el historicismo intelectual que reduce la realidad humana a su condición histórica, permitiendo que pasen por las páginas de los libros los que más bulla meten en la historia, olvidando la intrahistoria y la memoria de los pueblos.

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