Con mi cámara en la mano atravieso los espacios. Mientras me muevo de un lugar a otro, voy recordando los objetos que llevo en la mochila. Este ceremonial es algo que realizo en un primer momento, después, me centro en la cámara; la configuro con arreglo a lo que quiero captar y, a partir de ese momento, mis manos la manipulan sin restarme atención.
Ante mis ojos se encuentra el teatro del mundo; lo cotidiano de la vida. Gente que camina, vehículos que hacen ruido y contaminan, escaparates repletos de gangas y mentiras. Todo se me ofrece para ser capturado.
Pero me gusta más perderme en la naturaleza. En ese ámbito, no se escuchan mensajes contradictorios, ni estridencias que sobresalten el corazón. La Naturaleza es sosegada y amable; sabia y respetuosa. Nos abraza con su silencio, y nos devuelve el equilibrio, a modo de saludo. Nada en ella se repite, aunque parezca uniforme y simétrica. Es nuestra percepción quien la crea y hace distinta con cada pensamiento.
Cuando hayas entendido este principio, te abrirá las puertas de su sabiduría. Por eso, la congelo en imágenes, y la llevo conmigo. La visto con los colores más vistosos, y le regalo mi tiempo, transformado en la más respetuosa observación. No existe templo que, con semejante fuerza, invite al recogimiento y al encuentro con uno mismo.
Pero soy fotógrafo, y miro en todas direcciones. La diversidad de lo que veo, se adhiere a la estructura de mi pensamiento. Las ideas van recogiendo, de aquí y de allá, la esencia de las cosas. Y son esas ideas, precisamente, las que dotan de sentido mi vida. Por ejemplo, una puerta que se abre, sin que nadie se olvidara de cerrarla, o la ternura, a través de una caricia, de quien no ha despertado a la vida y no conoce los perfiles del egoísmo.
Me sobran razones para mirar, aunque no tenga la cámara. La imágenes que llaman mi atención nunca se pierden; las guarda mi conciencia y, muchas veces las recupero, para convertirlas en palabras, que ofrezco en esta columna semanal.
Hay que señalar, asimismo, que las imágenes, al ser interpretadas por distintos observadores, ofrecen lecturas muy diferentes. En ocasiones, se pone el foco sobre un elemento determinado para expresar una idea, que no siempre es comprendida con una simple mirada. También es necesario pensar para interpretar las imágenes.
Pero es fácil confundir el mensaje porque, casi siempre, ponemos en foco en los más vistoso. En mi caso, busco la autenticidad, persigo el detalle, prodigo las miradas sobre espacios ignorados por mucha gente. Y, en ocasiones, quedo sorprendido por lo que contemplo. Pues, no todas las imágenes son amables, ni devuelven sensaciones placenteras.
Hay miradas escabrosas que no se pueden evitar. Salen a nuestro encuentro, porque forman parte de la vida. Muchas veces nos negamos a aceptarlas y sentenciamos que, tales figuras, están distorsionadas, quizá por que nos hemos acercado demasiado a la realidad. Pero no hay duda; se trata de representaciones reales; forman parte de la vida. Pues, a través de ellas, se escribe la historia; nuestra pequeña historia de cada día.