OPINIóN
Actualizado 06/02/2016
Rafael Muñoz

Ilustración:  El Roto

La visión enfocada nos enfrenta con el mundo mientras que la periférica nos envuelve en la carne del mundo.

Los ojos de la piel, J. Pallasmaa

 

Hoy hace dos años que murieron 15 inmigrantes cuando trataban de entrar a nado a la ciudad de Ceuta. Los hechos, quiero pensar, son suficientemente conocidos, pero lo terrible de estas muertes, además de la pérdida de vidas humanas que sólo buscaban una vida mejor, es que siguen repitiéndose en otros tarajales del mundo, mostrándonos cómo 'hace agua' la dignidad y el respeto por la vida humana.

Concentración, hoy sábado, a las 19 h, en la Plaza de los Bandos.

Hace algunos meses se publicaba en algunos  muros de Facebook una serie de fotografías con los cadáveres de varios niños con el cuerpo desmadejado a la orilla de una playa: huían de su país y el mar también parecía querer expulsarlos. Horas después pudimos ver otra instantánea, en este caso de un camión, de esos con cabina estanca, preparados para transportar animales recién sacrificados, que mostraba una serie de cuerpos sin vida, amontonados, hacinados, sin siquiera 'el derecho' a ir colgados ordenadamente como una ternera abierta en canal.

Quienes las publicaron manifestaban de este modo su repulsa e indignación antes estos hechos, provocando la reacción de otras personas: unas y otras no hacían otra cosa que mostrar su dolor y su rabia.

El desgarro producido por la visión de esas imágenes llevó a comentarios que, en mi opinión, suscitaron un falso enfrentamiento. Y lo que quizá fuera más inoperante todavía, salvo para el comprensible y necesario desahogo ante algo que, como poco, nos interpelaban a todos: los partidarios de la publicación de las fotos defendían su postura como reacción necesaria ante unos hechos intolerables, mientras que a los otros la publicidad de las imágenes, que no de los hechos, les parecía una exhibición obscena, difícil de soportar o innecesaria.

Mientras tanto, en los medios de comunicación convencionales sólo se hablaba, por boca de los especialistas, de cupos de recepción, de las incuestionables diferencias entre asilados o refugiados y emigrantes económicos; avanzaba la semana...

Con esta situación comenzaba a escribir mi artículo, pergeñando algunas notas sobre lo que se estaba publicando aquel día en torno a estos terribles acontecimientos.

Pensé entonces que quizá tendría que hablar de la foto y el vídeo sobre la muerte del niño sirio que 'nos asaltaba' la mirada sin contención alguna desde esos mismos medios, expeliendo datos sin fin: fotos, vídeos, nacionalidad, nombre, filiación familiar?

Se acercaba la hora de 'subir' mi texto para su publicación, y me preguntaba cómo afrontarlo: ¿esperar a que se hiciera pública alguna nueva y terrible noticia, sabiendo que éstas no cesarían aunque no llegaran a conocerse? o ¿aguardar quizá a que hubiera alguna reacción antes de esa cumbre de 'urgencia' que se convocó ese mismo mes?

Los medios cumplen su papel: limitar un problema político a su parte de crisis humanitaria. No culpables. Todos indignados, decía un perturbador tuit, publicado en aquellos días.

¿Y qué tipo de inquietud, reflexión y/o reacción provocó/provoca entre nosotros?

Las palabras de Marina Garcés, en su imprescindible Un mundo en común, pueden ayudarnos a desarrollar algo más la obligada contención de los 140 caracteres:

Podemos verlo todo sin ver nada. El mundo es la realidad que se nos ha puesto enfrente, ya sea a través de la pantalla, ya sea a través de las maneras que tenemos de narrarla, de analizarla y de no dejarnos afectar por ella. La crítica al imperio de la visión, que empieza a tomar relevancia a finales del siglo XIX, tiene como blanco principal el poder de abstracción, distanciador y exteriorizador, de la visión.

[?] ¿por qué adjudicamos a la visión este poder distanciador, [?] cuando precisamente en la mirada humana reside la capacidad de sorprender, de engañar, de admirar, de devorar, de ruborizar, de penetrar, de avergonzar, de encender amores y odios, de confiar, de intuir, de comprometer y de alentar, entre tantas otras posibilidades?

Garcés apunta una posible respuesta que uno comparte sin ambages, y que ahora comparto con todos ustedes:

El espectador no necesita ser salvado, pero sí necesitamos conquistar juntos nuestros ojos para que éstos, en vez de ponernos el mundo enfrente, aprendan a ver el mundo que hay entre nosotros. Necesitamos encontrar modos de intervención que apunten a que nuestros ojos puedan escapar al foco que dirige y controla su mirada y aprendan a percibir todo aquello que cuestiona y escapa a las visibilidades consentidas. No se trata hoy de pensar cómo hacer participar (al espectador, al ciudadano, al niño?) sino de cómo implicarnos. La mirada involucrada ni es distante, ni está aislada en el consumo de su pasividad. ¿Cómo pensarla?

Como hablamos de imágenes, viene en nuestra ayuda una viñeta de otro imprescindible, El Roto, que también tuvo una gran presencia en las redes sociales en aquel momento y que encabeza este texto. A mí, no sé a ustedes, me sirvió como aldabonazo, pero no como explicación suficiente a todo lo que viene y continúa pasando (y no me refiero sólo a lo ocurrido en aquellos días).

Es cierto que el foco ya no lo tenemos puesto en las fotos de aquellos niños, de los que por cierto no conocemos nombre ni nacionalidad: ¿en verdad haría falta? Tampoco de las personas que murieron asfixiadas en ¿Austria? ¿Hungría?... ¿importa dónde?

Puede que ya ni siquiera fijemos la mirada en el pequeño sirio del que sí teníamos todos los datos: ¿cambia en algo su terrible muerte?

Vuelvan conmigo por un momento a las palabras del arquitecto finés que inician este texto, a su definición de la visión periférica, y con ellas, centrémonos de nuevo en las de la profesora Garcés:

La visión periférica no es una visión de conjunto. No es la visión panorámica. No sintetiza ni sobrevuela. Todo lo contrario: es la capacidad que tiene el ojo sensible para inscribir lo que ve en un campo de visión que excede el objetivo focalizado. [?] El ojo sensible ni aísla ni totaliza. No va del todo a la parte o de la parte al todo. Lo que hace es relacionar lo enfocado con lo no enfocado, lo nítido con lo vago, lo visible con lo invisible.

 

¿El hambre y la desnutrición de estos otros niños ya no es un 'problema' porque no se publican tan a menudo o se han contemplado hasta la saciedad desnaturalizando su significado? >>>

 

¿Nos hemos preguntado por qué a estas personas que buscan (mejores) condiciones de vida, las pensamos 'fuera/lejos' de los países calificados como desarrollados? >>>

 

¿Tenemos la seguridad y el convencimiento de saber dónde se encuentran esos 'sures arrollados'? >>>

¿De qué hablamos cuando hablamos de refugiados? ¿De qué se refugian? ¿Quién les ofrece refugio?

¿Cuáles son las diferencias que adjetivan a esos 'otros' como emigrantes irregulares? ¿No migran en el fondo por las mismas causas? ¿Para quién son ilegales y por qué no son legales?

La visión periférica es la de un ojo involucrado, nos recuerda Garcés, rompe el cerco de inmunidad del espectador contemporáneo, la distancia y el aislamiento que lo protegen y  que a la vez garantizan su control. En la periferia del ojo está nuestra exposición al mundo: nuestra vulnerabilidad y nuestra implicación.

Y nos precisa el significado que da a estos dos términos: la primera, la vulnerabilidad, es nuestra capacidad de ser afectados, mientras que la implicación es la condición de toda posibilidad de intervención.

Sin duda estamos viviendo respuestas: reacciones personales y colectivas, concentraciones solidarias, ciudades dispuestas para la acogida y 'llamadas' recordando estos terribles sucesos, como el acontecido en la playa del Tarajal, desgraciado ejemplo mil veces repetido. Pero interesa también no perder de vista argumentos que nos conviene recordar, consecuencia de una mirada involucrada, y no perder de vista aquellas que nos muestran/explican esa necesidad de intervenir, de seguir interviniendo >>>

 

Rafael Muñoz

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