Me ha resultado muy enriquecedor el libro de Byung-Chul Han, "La sociedad del cansancio", plena reunión del Foro Económico de Davos. En la misma se anuncia una nueva revolución digital que traerá un importante ahorro energético, pero la pérdida de millones de puestos de trabajo, con lo que ahora se hace imprescindible esta obra. Oxfam recordó los brutales datos de la desigualdad. El patrimonio de las 63 personas más ricas del mundo supera al de los 3.600 millones de personas más pobres. Respecto a España, los 20 españoles más ricos poseen más que el 30% más pobre del país. Parece que la publicidad y los medios al servicio del poder, quieren convencernos que estas desigualdades e injusticias no son causa del pensamiento de nuestro tiempo, y no de políticas regresivas al servicio de los que más tienen. Quieren convencernos que es algo ajeno al pensamiento y también a nuestra forma de actuar, pero estamos inmersos de llenos en una enfermedad del pensamiento, es la sociedad del cansancio.
Cada época tiene sus propias enfermedades, el comienzo del siglo XXI, asistimos a la enfermedad neuronal, como se vio en aquella pandemia gripal difundida por la prensa que provocó a que muchos negaran hasta la paz en las iglesias, por no tocar la mano del que estaba al lado por miedo a contagiarse. Destacamos también en este comienzo del milenio otras enfermedades como la depresión, el déficit de atención con hiperactividad, el síndrome del desgaste ocupacional. No son sólo enfermedades, son autentico infartos provocados por el exceso de positividad. En nuestras sociedades del vacío y postmodernas ha desaparecido la otredad, y aparece una nueva patología de lo idéntico dónde no se conjuga la extrañeza. Al inmigrante que cruza las fronteras para llegar a destino, no se le considera una amenaza, no es un extraño, es una carga que hay que distribuir.
La sociedad del siglo XXI, no es una sociedad disciplinaria, es una sociedad del rendimiento, una sociedad de gimnasios, bancos, torres de oficinas, laboratorios genéticos y centros comerciales. Un mundo que se transforma con el fin de aumentar el rendimiento, con el afán de maximizar la producción, la positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. Hemos llegado a ser el hombre que sólo trabaja, un individuo indefenso, desprotegido frente al exceso de positividad, ya no tiene ninguna soberanía. Es un animal laborans que se explota a sí mismo, sin coacción externa, es un individuo depresivo por ese exceso de positividad. Este individuo de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y de rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. El explotador es al mismo tiempo el explotado, víctima y verdugo ya no puede diferenciarse. Esta autorreferencia crea una libertad paradójica.
El exceso de positividad se manifiesta como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos, quedando la percepción fragmentada. Además el aumento de la carga de trabajo, requiere una particular técnica de administración del tiempo y de atención, repercutiendo en la estructura de ésta última. Esto no significa un progreso para la civilización, es una auténtica regresión, ya que es la misma técnica utilizada por los animales salvajes en la supervivencia de la selva. El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diferentes actividades, cazar, no ser devorado, cuidado de las crías, alejar a otros del botín, etc. Los juegos de ordenadores provocan una atención parecida a la del animal salvaje, estos cambios de estructura en la atención provocan que estas sociedades tardomodernas se acerquen claramente al salvajismo.
El pensar y los grandes logros culturales de la humanidad pertenecen a la realización de una atención profunda y contemplativa, muy alejado de esa atención múltiple y dispersa de la sociedad disciplinaria y del rendimiento. Se requiere un entorno para que sea posible una atención profunda, siendo sustituida por la de una cultura de una atención dispersa, por un acelerado cambio de foco de diversas tareas, focos de información y procesos. El marketing comercial, los teléfonos móviles con todas sus aplicaciones, la superinformación que nos llega a través de los medios sociales, nos producen, enfermedades neuronales, como la depresión, dificultad de atención y síndrome de hiperactividad. La falta de sosiego en nuestra sociedad desemboca en una nueva barbarie, en ninguna época se han cotizado más los desasosegados.
El cansancio destruye toda sociedad, toda cercanía, incluso el propio lenguaje. Un cansancio sin habla, sin mirada que separa, provocando un espacio de amistad indiferente. Aquí nadie y nada domina, ni tiene preponderancia sobre los demás. Es un cansancio que da confianza en el mundo, el yo se abre y lo convierte en algo permeable para el mundo. Ese cansancio neuronal, está muy alejado del cansancio funcional. Ésta último, es cualquier cosa, menos un estado de agotamiento, en el que uno se siente incapaz de hacer algo. El cansancio fundamental inspira, deja que surja el espíritu. El cansancio permite al hombre un sosiego especial, es un cansancio despierto que permite el acceso a una atención totalmente diferente, de formas lentas y duraderas. El cansancio profundo puede ser una forma de salvación, ya que el cansancio puede devolver el asombro al mundo. Este cansancio funda una profunda cordialidad y hace posible una comunidad que no precise pertenencia, ni parentescos. El cansancio fundamental crea un entre-tiempo, un tiempo sin trabajo, un tiempo de juego, de paz, un tiempo de indiferencia como cordialidad.
Concluye Byung-Chul Han, que todos deberíamos jugar más trabajar menos. Así produciríamos más. Es una sociedad del trabajo y del rendimiento, no es ninguna sociedad libre. No nos lleva a una sociedad del ocio en la que el individuo es libre, sino ese aparente ocio lleva a una sociedad del trabajo y para el trabajo, donde uno se llega a explotar a sí mismo. Es decir, una nueva forma sutil de esclavitud.