OPINIóN
Actualizado 03/02/2016
Manuel Alcántara

Hay ruido. Voces disonantes solapadas con otras que no quieren decir lo que quieren decir. Gestos e imágenes procaces. Nadie comprende nada y la gente comienza a empacharse, irritación. Falta pedagogía, se dice, o quizá experiencia, añado, o, posiblemente, el complejo entramado institucional donde actúan nuestros representantes no da más de sí, es un reflejo de los nuevos tiempos: las identidades diluidas, el hartazgo ante la corrupción, el subempleo voraz que intenta camuflar el desastre del desempleo, crisis por doquier. Pero hay tímidas soluciones que deben intentarse y, sin embargo, el bloqueo parece estar instalado incólume frente al paso de los días, la ríspida inacción se envalentona y se adueña del día a día.

 

Desde hace tiempo sabíamos que la Constitución de 1978 había dado de sí todo lo que podía. Los cambios sociales acaecidos que conllevan desgaste vital requieren siempre de adaptaciones, a ello se añade el torpe abordaje de cuestiones históricas clave que se pretendieron solventar para siempre bajo el manto del consenso constituyente. No obstante, también hoy somos conscientes que aspectos más o menos trascendentes no estaban regulados o lo estaban de manera insuficiente. Baste recordar cómo hace año y medio se improvisó la sucesión real. Ahora estamos empantanados porque quien mayor número de votos obtuvo en las elecciones declina formar gobierno pasando la vez al segundo que, perplejo, deshoja la margarita haciendo sus oportunos cálculos. Como no hay votación de investidura el reloj no comienza la cuenta y el tope de dos meses para formar gobierno se dilata sine die.

 

El 20D alumbró un nuevo escenario político que, aunque no pilló a nadie por sorpresa, supuso el inicio de una etapa desconocida en la política española. Desde entonces cada día se declaran, directamente o mediante personas interpuestas, en tertulias o en ruedas de prensa, en largos comunicados o en lacónicos trinos, posiciones que mediante elaboradísimas matizaciones se contradicen al día siguiente o introducen nuevos elementos que hacen incomprensible el punto de partida e imposible el sitio de llegada. Y entre medias tercian columnistas, politólogos de guardia, tertulianos. Las Cortes están constituidas. ¿Por qué es tan difícil que la Mesa se ponga de acuerdo en una convocatoria con un orden del día para que cada grupo, con luz y taquígrafos, exponga y debata en un Pleno sus posiciones? Así al menos sabríamos de qué va la partida y ganaría prestigio la deteriorada vida política.

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