OPINIóN
Actualizado 02/02/2016
Emiliano Tapia

Que nos encontramos en un tiempo nuevo y de cambio total, incluso que algunas personas se atrevan a decir que estamos en un cambio de civilización; parece asumido y evidente por una parte muy importante de nuestra sociedad actual. Probablemente es el sistema capitalista y neoliberal que nos envuelve el que se resiste a entender y ceder a tantos cambios necesarios e imprescindibles, cuando proclama por doquier el nivel y tipo desarrollo que ha provocado y espera seguir protagonizando.

El tipo de pensamiento y de democracia actual, con toda su maquinaria, se ha puesto a su exclusivo servicio; de tal manera que el objeto de este desarrollo ha sufrido tal desviación que el puesto de las personas y de los pueblos, algo que debiera ser prioritario, ha sido ocupado definitivamente por el único objetivo que le preocupa, y que no es otro que el mercado y todos sus mecanismos y estrategias de dominio.

Este pensamiento, esta democracia y este desarrollo, domina todos los rincones del mundo de hoy. Todo es mercancía que se compra y se vende para ser acaparada cada vez por menos gentes, y a su vez expoliadas otras muchas de lo que les corresponde en derecho y dignidad.

La persistente resistencia a otro pensamiento, a otra manera de vivir las democracias, o a generar y compartir otro desarrollo para las personas y no para los mercados, aparece en este tiempo que vivimos a nivel global y a nivel local, bajo el falso argumento del miedo a otras maneras de defender y de cuidar las vidas de todas las personas y no sólo de unas cuantas.

Derechos humanos fundamentales son ya negados  con la mayor de las normalidades y desvergüenzas cuando sabemos  dónde estamos llegando con el recorrido de los últimos 50 años y sus formas y maneras de ejercer políticas económicas, sociales o culturales.

De manera escandalosa existe una negativa total e hipócrita a dejar de utilizar los argumentos y herramientas que dejan en la cuneta personas y personas, pueblos y pueblos, familias y familias; víctimas, todos ellos y ellas, de guerras, de enfrentamientos religiosos; de enriquecimientos escandalosos a costa de los más empobrecidos; de privar del derecho a la alimentación o a la vivienda, a la salud o a la educación; de refuerzo infundado, innecesario e irracional de fronteras; de leyes represivas "a la carta" o el reforzamiento de cárceles y de la criminalización.

Cuando se utilizan mecanismos que provocan tanto dolor, y hasta muerte de seres humanos en las peores de las condiciones, es porque el sistema no funciona; y, entonces, ¿por qué tener miedo a otras maneras de cuidar y defender las vidas de miles y millones de personas que lo gritan, lo exigen, lo luchan y lo demandan con derecho? Seguro que nadie tendrá la última palabra, pero la que hasta ahora ha resonado entre todos nosotros y nosotras, a mí no me gusta, y conmigo, a miles de personas.

 La dignidad del ser humano está reñida con el miedo del que nos quieren hacer protagonistas. Y, no es tiempo para el miedo y la desvergüenza. Es tiempo de perder el miedo a favor de la gente; de las personas.

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