La tarde era tranquila. Afuera caía una lenta llovizna. Una corta tarde de invierno de las de quedarse en casa y aprovechar que se tienen asuntos pendientes para adelantar algo de trabajo. Y en eso estaba él, dándole a la tecla, mientras su pareja andaba revoloteando con sobres y papeles.
Cuando estaba concentrado justamente en la difícil interpretación de un párrafo de vaya a saber usted qué ley, con el fin de acabar de una vez un estudio que tenía pendiente, como tantas otras veces su mujer le interrumpió con sus pensamientos en voz alta. Le dijo que había llegado una nueva tarjeta bancaria y que habría que activarla, lo cual dio origen al consabido debate sobre si es lícito o no interrumpir a alguien dedicado a supuestas reflexiones intelectuales y demás cuestiones accesorias y complementarias.
Dado que los argumentos jurídicos ya se habían volatilizado en unos pocos segundos, él pensó que mejor acabar ese entreacto del todo, para luego proseguir dándole vueltas a la cabeza. Así se llegó al punto en que tocó llamar por teléfono al propio banco para que se les diera la clave, para poder volver pronto a las divagaciones en las que estaba.
Se da la circunstancia en esa singular familia de que él es una nulidad para todo lo que tenga que ver con cuentas, números, declaraciones tributarias y asuntos asimilables. Además de recalcitrante en seguir en su bendita ignorancia. Así que llegaron al acuerdo de que sería ella quien haría la llamada, y si fuera necesario ya se pondría él para ratificar en general todos los detalles suministrados por la esposa contable.
No sin refunfuñar, ella marcó los números. Se le puso la máquina que ustedes conocen, o una parecida a la que alguna vez les ha hablado, y tras elegir entre opciones varias, marcar números sin cuento, salió de lo profundo una voz humana. La voluntaria gestora le planteó con claridad sucinta a la empleada bancaria lo que en concreto se quería.
En opinión del marido, la conversación empezó mal, porque en lugar de decir que era ella misma Feliciano Domínguez, tuvo un arrebato de sinceridad y dijo que el susodicho era su marido, y que no por casualidad se encontraba en ese mismo momento a dos metros de ella, tratando como por descuido hilar de nuevo sus argumentaciones jurídicas. Eso último no lo dijo, porque no lo consideró pertinente a los efectos que perseguía, o más bien porque no se había dado ni cuenta de que Feliciano había vuelto a lo suyo.
Ah, no, dijo la bancaria. E insistió que el asunto era privativo y personal, y que aquí no valían consortes. Con lo que la mujer consiguió lo que en el fondo quería, que era ni más ni menos despistar a su marido y no dejarle pasar de la primera línea. Así que con sonrisa indisimulada le dio el auricular y la mujer del otro lado empezó un interrogatorio en aras de "su seguridad".
En estas estaban, contándole Feliciano a la bancaria cosas que ella ya sabía, en un amago de test sin preaviso, cuando la pregunta correspondiente alcanzó tal gran de dificultad que el susodicho pidió ayuda conyugal. Como si de un verdadero examen se tratara, la del teléfono dio el alto, y dijo que allí no se copiaba, y que se tenía que ir a esa prueba habiendo estudiado, y que si no se sabía las respuestas, que hubiera preparado antes el papeleo.
En definitiva, que la cosa pasó de castaño oscuro, porque el infeliz sintió como si le hubieran pisado el callo, al verse reñido por no tener ni idea de en qué cuenta bancaria se debían cargar los gastos. En esa denigrante tesitura, no tuvo más opción que pasar al ataque y decirle a la del banco que qué se había creído, que qué era eso de hacer un examen sin temario previo, que quién era ella para meterse en la distribución de tareas familiares, y tal y tal.
Con la flema que las caracteriza, la marisibidilla contraargumentó con no sé sabe qué rebuscadas argucias, de modo que se hubo de iniciar todo de nuevo, a pesar de que el examinado se encontraba perdido entre su enfado y su vergüenza. De modo que para la próxima ya han decido que a Feliciano se le habrá ido poniendo una curiosa voz femenina y que lo importante será superar con nota el inevitable y profundo escrutinio. Total para seguir haciendo gasto en evidente beneficio de la empresa de esa desagradable entrometida en la compleja gestión de las finanzas domésticas.