OPINIóN
Actualizado 29/01/2016
Félix López

Uno de los defectos más frecuentes en las relaciones, causa de problemas que pueden llegar a ser graves, es el exigir o presionar al otro para que sea como nos gustaría que fuera; es decir, con frecuencia no aceptamos al otro como es, sino que le pedimos que cambie para que se convierta en una persona distinta, conforme a nuestros deseos.

Esta estrategia equivocada puede empezar en el noviazgo o ir apareciendo poco a poco, a medida que se convive juntos.

No nos referimos a discrepancias cotidianas y a comentarios  con posibles correcciones que sinceramente podemos hacerle al otro, sino a un empeño constante y estable por conformar al otro a nuestro gusto. Una anulación de su diversidad, su verdadera identidad, su auténtica manera de ser y estar en la vida.

Esta pretensión puede referirse a aspectos de su representación social (la manera de vestir, los gustos en el ocio, etc.) o a aspectos más profundos de su personalidad y carácter, mucho más difíciles de cambiar.

Este grave error en las relaciones de pareja o amistad, crea continuas correcciones, consejos y mandatos que, dependiendo del nivel de resistencia del otro, generan  continuas tensiones y discrepancias, o la sumisión del uno al otro, que es aun peor.

Cada uno de nosotros somos únicos, tenemos una identidad, carácter y personalidad propia, que podemos adatar a una determinada relación, pero nunca debe conllevar la pérdida de la propia autenticidad convirtiéndonos en una "representación" del papel que nos asigna el otro o, lo que es aun peor, dejando de ser nosotros mismos.

La autenticidad de cada miembro de la pareja debe ser tolerada, aceptada y preservada, en lugar de instrumentalizar o manipular al otro. Esta autenticidad es compatible con la adaptación y flexibilidad en las relaciones; todo menos perderse a uno mismo.

Por eso es muy importante que ambos se conozcan bien, antes de decidirse a vivir juntos y saber que finalmente siempre tenemos disponible el derecho a la libertad, a una separación acordada, porque en la pareja no debe haber dominación, ni sumisión.

En definitiva, como hemos escrito tantas veces, hemos de ser naranjas enteras, no medias naranjas en uniones de diverso tipo que nos hacen perder nuestra identidad, personalidad o, como suele decirse, los calzones.

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