OPINIóN
Actualizado 27/01/2016
Elisa Izquierdo

Sobrevivir no es vivir, y por eso necesitamos algo más que agua,comida y un lugar donde dormir. Porque no solo tenemos que alimentar el cuerpo, sino también  aquello que denominamos alma. ¿Pero qué es el alma?... Sabemos que existen casos de personas que han pasado semanas y semanas manteniéndose vivas y despiertas a la deriva con los escasos suministros que el mar y su bote les proporcionaban. A un animal sin embargo, esta situación no le duraría más de siete días, o puede que menos dependiendo de su especie. Ambos tendrían las mismas carencias biológicas pero solo uno de ellos sucumbiría antes a la debilidad física y se dejaría morir. El afán de lucha que tiene el hombre no es en principio un mero instinto. Va más allá, se supone que le unen a la vida muchos más motivos y solo el más pequeño de ellos puede ser suficiente para crear una cuerda que le agarre al mundo. No es lo mismo luchar para sobrevivir que hacerlo para no morir, o para vivir, no lo es en absoluto. Un lobo herido padece dolor, una leona que da a luz a sus crías muertas lo sabe y un perro muy enfermo suele ir a recogerse al rincón más oscuro de la casa. Pero ninguno de ellos entiende el significado propio del  dolor, la muerte y  la enfermedad. Por supuesto que perciben en mayor o menor grado unos estímulos sensitivos, probablemente parecidos a los que tenemos nosotros cuando nuestro cuerpo reacciona a cualquier agente exterior.

Sobre todo es en la enfermedad donde el hombre no solo reacciona instintivamente por medio del cuerpo, también tiene una serie de alteraciones emocionales entre las cuales está el miedo. Y de esto nace la lucha interior, la necesidad de sacar fuerzas de uno mismo. El no querer rendirse a conciencia, puesto que el hombre puede morir por causas ajenas pero siempre tendrá elección cuando dependa de él. Un animal aguantará si cabe, hasta que sus facultades físicas y sistema inmunitario decaigan, pero no tendrá el soporte más poderoso que no conoce límites: la mente. Por eso se sabe que hasta la persona más sana posible en el sentido físico puede estar completamente enferma, pero enferma del alma para que quede claro. Ese tipo de males no siempre tienen remedio, y si lo tienen suele ser mucho más complejo que una simple pastilla. Aquello a lo que incluso después de tantos avances científicos no se ha dedicado la suficiente atención, paciencia, o irónicamente, humanidad. Tratando en ocasiones a los sujetos como vía de experimentos,  dejando de lado su identidad e historia, como si eso no tuviera nada que ver, al menos con ellos. Combatiendo una enfermedad y olvidándose del enfermo. Un paciente con trastorno psicológico puede estar perfectamente medicado para ralentizar o controlar sus síntomas, pero no estará teniendo una pócima que se ajuste a su caso particular, a su propia vida, ni a la gente que le rodea y sufre sus momentos de delirio. No hay que olvidar ni descuidar esa inmensidad interior que hay dentro de cada persona, lo que la hace única y diferencia su dolencia del resto, aunque su enfermedad tenga el mismo nombre. Aquello que hace que alguien sea capaz de curarse independientemente del tratamiento que reciba y del tiempo que le quede. 
La ciencia seguirá dando miles de respuestas pero continuaremos con las mismas preguntas. Y es que no hay medicamentos para el alma, ni los habrá.

"Los animales contraen enfermedades pero solo el hombre cae radicalmente enfermo". Oliver Sacks

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