OPINIóN
Actualizado 25/01/2016
Antonio Matilla

Esta bienaventuranza sí que es difícil de practicar hoy en día porque, salvo en asuntos científicos o puramente técnicos, la Verdad parece haberse ocultado en la cueva del sujeto, es decir, en las oquedades del sentimiento y de la conciencia de cada uno y la mayor parte del tiempo se halla perdida en el laberinto cultural del relativismo. Así que, si cada uno tenemos nuestra verdad, o nuestra parte de verdad, y si la verdad es relativa ¿quién puede atreverse a corregir a otro? ¿Y cómo estar seguro de que el otro está equivocado?

Sin embargo, corregir es necesario y lo hacen continuamente, o deben hacerlo, los padres a los hijos, los amigos entre sí, los profesores a los alumnos o los que enseñan un oficio a sus aprendices. Las cosas se complican cuando se trata de asuntos relacionados con el sentido de la vida o con la orientación moral y los valores que fundamentan nuestra existencia, pero sigue siendo igual de necesario corregir.

Imaginemos que queremos corregir a un familiar o amigo, una persona que no nos es en absoluto indiferente y a la que queremos, pero que queremos que se aparte, por ejemplo, de una drogodependencia. Es inútil pontificar, no sirve de mucho tener razón, sirve de algo imponer límites -si estamos en condiciones de imponerlos-, pero todo eso no es suficiente. Hay que estar cercano, ponerse en la piel del otro, confiar en que su reserva de humanidad será fundamento de recuperación, pero hay que seguir queriéndolo, continuar acompañando, ofrecerse a buscar la verdad juntos, dar una segunda y una enésima oportunidad, tener paciencia, o mejor, resiliencia frente al mal y dejar constancia, testimonial y explícita, de que le queremos tal cual está y le querremos más si se atreviera a ser lo que en verdad es: una persona y un hijo de Dios, que es la versión cristiano-creyente de ser persona.

En algunas circunstancias es difícil corregir al que está equivocado, por más que sea evidente su yerro. Hay veces en que el exceso de información que padecemos no nos permite procesarla, nos quedamos con una pequeña parte ?real o imaginada- y juzgamos en consecuencia. Ejemplo: en una de las parroquias de las que estoy encargado, en concreto San Martín, se celebra la misa todos los días del año a las 10 de la mañana y a las 8 de la tarde. Pues bien, se ha extendido el rumor entre una parte de la población de que la iglesia de San Martín está cerrada al culto. ¿De dónde lo sacan? ¡Qui lo sa! Me recuerda las historietas que corren entre los niños, difíciles de corregir porque para los pequeños la imaginación desbordada del cuento es más real que la realidad misma, mostrenca y aburrida. ¡Qué paciencia!

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