OPINIóN
Actualizado 24/01/2016
Paco Blanco Prieto

La ingenua, confiada y bondadosa credulidad de las personas, es la puerta por donde se cuelan los estafadores.

Los estafadores sociales abusan de la ingenuidad de los vecinos y satisfacen su vocación depredadora, disfrazándose con pieles de cordero para limpiarles los bolsillos y arruinar sus vidas, falseando ofertas, incumpliendo promesas y escribiendo con letra menuda en los contratos para engañar a los inocentes y bondadosos ciudadanos que carecen de malicia, no causan daño a nadie, apuestan por la verdad y mantienen su integridad moral con la ingenuidad de bambi en la noche de reyes, siendo pasto de los carroñeros sociales que les acechan.
Formar parte del grupo desaprensivo de carteristas, personajillos de todo tipo y condición, contándose entre ellos muchos políticos, prestamistas, constructores, banqueros, empresarios, clérigos, aseguradores, comerciantes, vendedores, explotadores, charlatanes y farsantes, dispuestos a quitarles caramelos a los huérfanos a base de patrañas que nada tienen que ver con la ética que debía regir las relaciones humanas.
Así surgen inexistentes armas de destrucción masiva apostadas en la antigua Mesopotamia junto a las orillas de los bíblicos Éufrates y Tigris. ¿Pensáis que todo el mundo tiene claro eso del TAE, TAO, TIO y jergas similares, cuando se acercan a los mostradores de los bancos? ¿Habéis contabilizado los fraudes en la memoria de calidades de las casas vendidas sobre planos, y los desperfectos en las viviendas al entregar la obra? ¿Alguien se ha ocupado en aclarar la letra pequeña de las pólizas de seguros? ¿Qué sucede cuando un viaje de ensueño organizado por agencia, se transforma en pesadilla? ¿Qué podemos hacer con ese "vale" por 50 euros que nos hacen algunos comerciantes cuando pretendemos devolverle una compra que no satisface? ¿Cómo podemos defendernos de los timos en las compras por correo y de las ofertas falsas? ¿De qué forma compensar las injustificadas e interminables horas de espera en consultorios, instituciones, oficinas, estaciones y aeropuertos? ¿Cómo blindarnos, en definitiva, contra los trileros de corbata y guante blanco que nos rodean, rearmando éticamente a una sociedad consumista que nos está consumiendo a todos como Saturno devoró a sus hijos?  
El listado de interrogantes y truhanes se hace interminable, pero la conclusión apenas ocupa un renglón porque solo media docena de ellos pagan por sus trampas, sufriendo los ciudadanos las consecuencias de sus fechorías, como le sucede a esa joven prostituta que unos farsantes trajeron desde no se sabe dónde, engañada con promesas de trabajo estable; o ese niño seducido por un puñado de caramelos que termina en las páginas más detestables de Internet; o el anciano timado sin consideración alguna con "preferentes" en su propio domicilio; o el sursahariano que duerme sobre cartones y es explotado por un empresario sin escrúpulos; o el votante defraudado por defraudadores electoreros.  

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