OPINIóN
Actualizado 23/01/2016
Tomás González Blázquez

Leía la otra mañana en La Opinión-El Correo de Zamora una entrevista a doble página a Prudencia Garrote, presidenta de la asociación en defensa de la sanidad pública en la zona básica de salud de Sayago. La señora Prudencia, ya jubilada, me cayó simpática. Parece una "activista" de esas que te puedes creer, porque su acción no es activismo, sino que tiene que ver con su vida, con sus preocupaciones diarias o con las inquietudes reales de sus vecinos. Usaba la buena mujer un lenguaje llano, sin esos recovecos de político profesional que, por poner un ejemplo reciente, a los matrimonios de conveniencia los llaman "cortesía parlamentaria".

Se quejaba de que hay una parada de autobús en su pueblo pero rara vez para uno allí, de que no captan más emisoras que Radio María ("¡nunca falla!") y de que la TDT ha provocado que, de recibir correctamente la señal de La Primera y La Dos, han pasado a no ver bien ninguna cadena. Contaba con nostalgia que siempre se habían encargado de enterrar a sus muertos, porque al casarse todos se apuntaban a la Cofradía de la Cruz y, por turnos, cavaban las sepulturas, pero que ahora ya ningún cofrade es capaz, por edad o enfermedad, de ahuecar en la tierra un descanso eterno, y tienen que pagar a un enterrador. No es ninguna tontería cuando en muchos de estos pueblos como el suyo, Monumenta, el hecho noticioso más repetido es un funeral.

El asunto principal de la entrevista era la atención sanitaria en su comarca sayaguesa. Podría haberse tratado de Las Arribes, el Abadengo, o los campos de Azaba y Argañán en nuestra provincia, o de la zamorana Tierra de Aliste en la que gustosamente trabajo. En definitiva, la Raya en la que la España profunda se hace aún más honda por el contacto con el profundo Portugal. Prudencia relataba cómo si el médico de su pueblo había estado de guardia ya no trabajaría esa mañana, iría otro al que correspondería atender a sus pacientes o a los del compañero, o uno de los médicos de área que realizamos estamos funciones. La enfermera también tendría su particular ruta. Incluso podría ocurrir que esa jornada, digamos un jueves, fuera la única de la semana de consulta en una localidad determinada, o que coincidiera festivo y ya no volviera a haber consulta hasta dentro de quince días. O que hubiera que arreglárselas de alguna manera para ir a otro pueblo, o a la cabecera de comarca donde se encuentre el centro de salud. Son situaciones que los usuarios del sistema sanitario en una capital o pueblo grande no se plantean, porque siempre hay un médico disponible y accesible a unos metros de casa.

Entre un pueblo y otro, a menudo muchos kilómetros. Los médicos abarcamos más campo que Sergio Busquets. Una consulta aquí y un aviso urgente a domicilio en la otra punta. A ponerse al volante del vehículo propio y a surcar una carretera que sólo frecuentamos médicos y enfermeras, los farmacéuticos que por las tardes llevan las medicinas del mes, los sacerdotes que cada domingo y entre semana acompañan a sus pequeñas comunidades parroquiales, los vendedores ambulantes que a golpe de claxon se anuncian, las ambulancias que hacen de puente con el hospital, los coches fúnebres que a veces desandan el camino y la Guardia Civil (por ti cultivan la tierra, la Patria goza de calma). Una carretera quizá arreglada con fondos europeos, para que los camiones madereros puedan evacuar la mercancía puesta en el escaparate por el fuego.

Han pasado varios años desde la última vez que en la mayoría de estos pueblos vieron a un maestro. Ya no hay niños a quienes enseñar el mundo que espera al otro lado de esa carretera. Los que vienen de Pascuas a Ramos, a ver a los abuelos y a comprobar que la leche sale de las vacas y no de los tetrabriks, ya conocen (eso se piensan ellos) el mundo lejano que dejó de acordarse del cercano Oeste, ese que se va muriendo en silencio. Un silencio sólo roto por alguna entrevista a doble página en un diario de provincias. Algunas mujeres prudentes van dejando constancia de esta callada despedida que seguimos rubricando en cada certificado de defunción.

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