OPINIóN
Actualizado 22/01/2016
Eutimio Cuesta

Me levanto todos los días al toque de la campana de la Virgen de mi pueblo, que lo hace a las ocho y media en punto. Levanto la persiana y entreabro la ventana. Miro la calle y el cielo. Una mañana me saluda el sol naciente; otra me guiña el goteo frío que cae del alero, otra me ciega la niebla y, las menos, me da un soplamocos el cierzo que me empaña los ojos. Me acicalo,  desayuno y, de fondo, la melodía de las noticias matutinas.

Esta mañana, el profeta, con voz leída, autosuficiente y arrogante, reclamaba responsabilidad y altura de miras por el bien de España. Y seguía comentando que el maná divino para nuestro país debía sustentarse en tres pilares sólidos: estabilidad, tranquilidad y certidumbre. Y, si no era así, el caos. Me puse el chaquetón, cogí el portátil y me salí a la calle. El sonsonete de su voz y el miedo me llenaron el alma de inestabilidad, de intranquilidad y de incertidumbre, y me sumí en un mar de confusiones. Dejé que el aire disipara mi mente una miaja y me devolviera la cordura. Y me espeté: ¿de qué abismo pretende sacarnos la voz del profeta?

Y, con la perplejidad, bajé la rampa del pasadizo del tren de la Alamedilla; llegué al tramo cubierto y me topé, una día más, con la imagen real de la vida: un joven de veinticinco años escondía su frío, su sueño y desesperanza bajo las mantas de un camastro que no hacía ruido. La humedad y frío descendían por las aberturas sin puertas que aguijoneaban la figura endeble del muchacho. ¿Es posible que, en una ciudad hecha de sensibilidad, se pueda consentir esta escena deshumanizada y vergonzante? Pues ya veis, se viene dando un día sí y otro también durante cuatro o cinco meses, y nadie mueve un dedo por que esto se solucione.

 En la pared, figura el recorte de un periódico, cuyo titular dice: "Mañueco ofrecerá un pacto a la oposición, para que los pobres puedan disponer de una vivienda". No aclara para cuándo; pero yo  me pregunto: ¿Qué hay que pactar en lo que estamos todos de acuerdos? Lo que demanda el problema es voluntad política; lo demás es marear la perdiz o un brindis más al sol.

Junto al camastro,  un  hato de enseres camuflado bajo una manta; a la cabecera, una maleta y, al costado, un simulacro de mesilla, que sostiene unos libros y unos cuadernos escritos, y un vaso de plástico, que un día fue blanco, y pide una limosna para comer. Subí la otra rampa, con otro sonsonete, el de la realidad de una imagen. Dos rampas paralelas, dos Españas, que dice la Geometría, que, por mucho que se prolonguen nunca se encuentran; por eso, la España del profeta y la España del joven no pueden coincidir, porque los intereses de una son el contrapunto de los intereses de la otra. Y me interrogo a mí mismo ¿Cuál es lo mejor para el país: la España de los que tienen los riñones bien cubiertos, o la España de los que, apenas, tienen riñones para sobrevivir?

Si no se ponen las dos Españas sobre la mesa, el diálogo y el acercamiento serán una tomadura de pelo en demasía.

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