OPINIóN
Actualizado 20/01/2016
Manuel Alcántara

Piensen en un grupo de amigos debatiendo dónde tomar el último pincho, en una comunidad de vecinos determinando prioridades para la remodelación del edificio, en una asociación altruista optando por atender un drama social frente a otro. Todas ellas configuran un conjunto de situaciones habituales al que se pueden sumar muchas otras a las que nos enfrentamos cada día. Los teóricos hablan de acción colectiva, de estructura de oportunidades, de la relación entre el principal y el agente. Pero en la cotidianeidad todo parece más sencillo a la hora de tomar una decisión, aunque esta a veces se dilate demasiado en el tiempo y llegue incluso a generar enfrentamientos, "malos rollos", decimos.

Un término fundamental en política es el de agenda. Al igual que acontece en nuestras vidas, la agenda supone delimitar temas que nos (pre)ocupan, priorizarlos y señalar el momento en que nos meteremos con ellos. En política sucede igual, con la diferencia de que tiene un carácter público, afecta a más gente que decide sobre la misma con intensidad diferente. En el proceso de establecimiento de la agenda pública un elemento fundamental es su definición. Algo que se lleva a cabo mediante su contextualización en un entramado integrado por palabras e imágenes que nos resultan medianamente conocidas. Es el proceso denominado de enmarque. Cada agenda se construye y muy pocas son producto del azar.

Somos parte, en gran medida soberana, de una gigantesca audiencia a la que manejan numerosos actores con intereses muy diversos. En ocasiones, coinciden con distintos grupos sociales a los que pertenecemos, unas veces de manera permanente y otras de forma errática. Si desde siempre la comunicación fue un instrumento fundamental en este asunto, el Siglo XXI dibuja un escenario de predominio absoluto de la misma. De ahí que construir una agenda pasa por el manejo de los medios, sean los clásicos o los vinculados con las nuevas tecnologías. Desde que sabemos que "el medio es el mensaje" ha parecido que los contenidos perdían significado, pero no resulta ser muy cierto cuando observamos lo acontecido en la sesión de constitución de las Cortes españolas. Sin añadir un ápice a todo lo que se ha dicho y centrándome en la cobertura televisiva, que sigue siendo el vehículo de comunicación por excelencia, únicamente les invito a responder a tres cuestiones: ¿quién decide lo noticiable?, ¿es lo noticiable azaroso?, ¿a quién beneficia todo eso?

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