OPINIóN
Actualizado 20/01/2016
Ana Higles

Todo el mundo tiene un enemigo mortal. 

Sí, usted también, aunque crea que no. Aunque se niegue a reconocerlo. Por mucho que se venda al mundo como una persona tranquila, tolerante y poco beligerante. Todo el mundo tiene un enemigo mortal, usted, el de más allá, el portero del edificio, la chica de la Caja 7, yo misma... todos tenemos alguien a quien odiamos profundamente.

No me he vuelto loca. Lo he comprobado a lo largo de los años, se me confirma cada día. No hay mejor banco de experimentos que la calle, cielo abierto y ale, gente, personas, miradas, conversaciones y, ante todo, el error de pensar que nuestros problemas son "el problema del año".

Y es que usted, sí usted, como yo, tiene un enemigo mortal al que odia en silencio. Quizás sin saberlo. Seguramente sin saber a cuento de qué tanto odio. No hace falta intercambiar palabras para odiar profundamente a otra persona. Solo hace falta que nuestro cerebro le ponga una etiqueta per saecula saeculorum: "mala". Y con eso es más que suficiente. El hecho de que esa persona respire a dos metros de tu espacio vital te revuelve el estómago. Si te la cruzas y ¡oh, Dios! te echa una mirada, ofensa de la semana. Ya no digamos que se atreva a hablar en público, ¿quién se cree éste/a que es? Mira cómo se sirve el café, qué complejo de diva. ¿Qué maneras de abrir la puerta son esas? ¡Y dejar pasar a los que vienen detrás! ¿Pero este se cree el organizador de todo?

No se preocupe, querido lector, no me estoy burlando de usted. Las personas, por muy extraño que le resulte, somos personas y eso justifica que tengamos errores de apreciación de estos. Esa persona odiada desde lo más profundo de nuestras entrañas seguramente no nos haya dado ningún motivo para recibir tanto odio, pero... somos así, nuestra mente funciona a velocidades que a veces nos superan. No se preocupe, yo lo entiendo y lo perdono. 

Pero me gustaría hacerle una recomendación, procure odiar menos y sonreír más. La vida es eso que se nos escapa entre cada queja inútil. Esos odios injustificados son únicamente el reflejo de la presión a la que estamos sometidos en esta vorágine llamada mundo 2.0. Esa persona a la que odia posiblemente no planee cosas malas para usted las 24 horas del día... Su imaginación le está jugando una mala pasada. Y le está restando minutos de risas. Empiece por reírse de sí mismo, es sanísimo.

Y si por casualidad el odio estuviese justificado, que viene bien plantearse todas las opciones, lleve a cabo el remedio por excelencia en estos casos. Busque una persona apreciada (en la realidad, no solo en sus imaginaciones) y cuéntele sus odios. Nada une más en este mundo que odiar a la misma persona. Bueno, una hipoteca, seguramente.

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