OPINIóN
Actualizado 18/01/2016
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Las alegrías tienen sus propios vericuetos. Encuentran sus cañerías particulares, ponen en efervescencia el cuerpo afectado y buscan su intrincado camino para la exteriorización, que es su objetivo final e indiscutible. Alegría sin compartir es menos alegría, aunque los ritmos no siempre sean los esperados.

Se lo habían dicho hacía poco. De hecho, se lo esperaba. Los dictámenes de la lógica no podían llevar a otra resolución. Podría haber dudado de los tiempos, de la prontitud de las decisiones, pero no del resultado final, que estaba cantado. Pero el caso es que se lo dijeron y fue como si no se lo esperara. De verdad. No es lo mismo tener una suposición clara sobre lo que va a ocurrir, que saberlo con día y hora, y por tanto tener la bendición de la ciencia cierta sobre la noticia. En resumen: se lo esperaba, pero a la vez le sorprendió. Le sorprendió muy gratamente. Como si su hijo le diera el notición de su vida.

Con esto entramos en otra cuestión, que aquí debemos tratar sólo de modo parcial y adyacente. Los noticiones deben administrarse. También aquí hay velocidades y cadencias. La trascendencia de lo narrado exige su propia liturgia: sus ritos y sus cuidados. Con lo que nos encontramos con un factor que altera la simpleza del procedimiento y contribuye a enredar un punto más la premisa de la que hemos partido. Es decir: la publicidad de los hechos se va a tomar su tiempo y sus maneras. ¿Qué tiempo? Aquí está un misterio de la naturaleza? El que se pueda. ¿Qué maneras? Otro arcano más? Las que la realidad imponga según sus propias leyes físicas y químicas.

Habían quedado a comer. Comida de trabajo entre varios compañeros y a la vez de celebración. De íntima e implícita pre-celebración. Una de tantas. Los alimentos hicieron su generoso efecto, las bebidas no alegraron más lo que ya más no se podía. Y vino la sobremesa, con los papeles, los esquemas, los apuntes. O sea, nada a lo que no obligue cualquier autoridad pública que se precie y que pretenda gobernar la investigación en nuestro sufrido país, aún a sabiendas de que te va entorpecer tu trabajo de fondo, da igual: debes seguir rellenando papeles, hacer aspavientos sobre las bondades de tu extraordinaria idea. En definitiva, pre-vender el producto para obtener unas perras que para poco van a servir, en el poco probable caso de que el sujeto competente tenga a bien darte la autorización y el dinero. Estas latosas actividades, que para aprovechar el tiempo, habían osado entremezclar con su actividad lúdica, no lograron difuminar ni por una centésima de segundo el fondo de la cuestión, ni el alborozo circunstante. En concreto: la información sensible que hasta ese momento había sido mimada, guardada entre algodones, para que se desarrollara y creciera feliz, hasta el momento cercano de salir a la luz pública.

El imperio de la voluntad, como es bien sabido, no gobierna el mundo, aunque de manera ilusoria lo parezca, y desde luego lo pretenda. Las fuerzas de lo telúrico imponen sus condiciones y hacen mudar las previsiones en un momento dado, como si hubiera un simple cambio de viento. Por tanto: llegó una pareja de amigos al mismo restaurante para tomar café. Habían quedado con ellos como ocasión propicia a fin de comunicar en forma debida el magno evento. Ellos llegaban y los demás se iban, porque habían dado ya buena cuenta de la comida y había quedado trenzada, aunque fuera entre alfileres, la planificación investigadora. Pero se cruzaron unos y otros, y se saludaron.

Y allí se encontraron los impulsos terrenos, con los buenos humores que circulaban por los laberintos insondables del cerebro, la afabilidad manifiesta y el embrollo de las ciencias psicológicas y naturales, cada una pugnando por su lado. En fin: que el bocazas de turno, sin encomendarse ni a los dioses del Olimpo, no tuvo otra idea más pedestre que adelantarles, ni siquiera con una imprescindible introducción teatrera, el secreto bien guardado, que de esperar tranquilo su adecuado momento, se vio expelido con fuerza al medio del pequeño corro para sorpresa de los presentes. Porque sí: porque es verdad, ya es público y manifiesto. Ya puede ponerse negro sobre blanco que se casan.

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