OPINIóN
Actualizado 17/01/2016
Quintín García

VI

Cómo decirlo, dices

tantas veces. Cómo decirlo, asustada

tu lengua de poder traspasar

la densa, clandestina frontera

que separa el territorio

de los hombres ?sólo

deseo y sombras? y de los dioses.

Lengua asustada de poder

reunirlos y engastar uno

en otro, Teresa, como se engasta,

ardoroso, el viento, hoy, en la encina

de enfrente y la cubre de abrazos. ¡Cómo

decirlo...! Cómo pintar

con las palabras lo que la carne

siente cuando Él la posee con un beso

y nos incendia y extasía.

Cómo decirlo... y sin embargo

habla tu boca libertadora y abre

los ojos de quienes mendigamos luz,

ardor y claridades y no mármoles

de Carrara y catedrales y Glorias

de Bernini para escalar

un cielo tan sólo de cúpulas de oro

y de leyes que Él no habita,

sino en las claras oquedades

de la carne.

Pero cómo decirlo

con voces de silencio y arrebato. Y no

con los horrísonos gritos, ensoberbecidos

de los tronos, dominaciones,

bulas, potestades. Y menos

infectando su Voz ?sólo rumor?

con nuestras voces de pájaros

de mal agüero, tan de pluma.

(Y más las de los cetros y palacios,

tan de barro.) Sólo eco somos. El

rumor del viento que recorre

el viejo camino

del Verbo hacia la carne

donde hizo morada. Y mora

todavía en otras carnes, andrajosas,

pútridas, heridas.

 Ahora

tú, Teresa, con tu dardo

enrojecido inviertes la dirección

de la senda y peregrinas

la carne entera y su alborozo

para arrancar, en rauda travesía,

un resquicio de luz a su Semblante.

Cómo decirlo, dices. Y yo

tiemblo contigo en tus temblores:

nada vale todo lo que hablamos: juego

de niños, balbuceos, bucles

de retórico artifi cio para la improbable

aventura de ascender estos ojos

de tierra, indóciles, pesados,

a la altura del Viento. Para rastrear

el rastro de su Rostro, entreabrir

la puerta oscura del Castillo.

Nada

vale todo cuanto hablamos: nunca,

ninguna palabra será dicha

por nadie que mida exactamente

la estatura de la Luz. Siempre

fulgirá el misterio.

Pero, ¿cómo

no bailar la música que suena

entre los dedos y arrastra

los pies tras la armonía

dulce de esa Arpa?

Baila, dilo, Teresa

 

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