De continuo conviven en la realidad social lo viejo y lo nuevo. Siempre de un modo dialéctico, actuando lo uno en lo otro, presionándose de continuo. En ocasiones, chocan; otras, siguen caminos paralelos, sin encontrarse apenas, sin reconocerse; algunas veces, abordan direcciones opuestas.
Pero están ahí ambas perspectivas. Y, de algún modo, todos participamos, de alguna forma, de las dos; aun sin saberlo o, incluso, sin quererlo. Porque forman parte de lo que es el ser humano. Y nunca se manifiestan de modo puro o incontaminado.
Conservadurismo y progresismo son los términos con que ha bautizado la sociología contemporánea a lo viejo y lo nuevo. Y tales conceptos, en el seno de la vida política, han hecho verter ríos de tinta y no pocos torrentes de palabras en tertulias televisivas y radiofónicas, tantas veces vacuas y vacías de sentido y de sentidos.
En la sesión inaugural de la recién estrenada legislatura, se escenificaron en el parlamento español tanto lo viejo como lo nuevo. Fue una sesión en la que, acaso, hubo una sobreactuación. No en vano, la nuestra ha sido calificada por Claude Lefort, en un memorable libro, como "sociedad del espectáculo".
La primera sensación que percibimos, en tal sobreactuación de todos, es la de que la calle entraba en ese recinto, no tanto sagrado como tedioso, a ocupar su lugar. Las camisas informales con el último botón desabrochado y sin corbata, los jerséis, las cazadoras, los pantalones sin raya, los peinados con rastas, el acceso al parlamento en bicicleta, o, incluso, con acompañamiento de banda musical, además del bebé al que la madre le dio el pecho en su asiento de diputada? Lo nuevo quería hacerse notar, fuera como fuera. Fue la sensación de que una oleada de agua transparente y limpia entrara en el interior de una casa junto a la playa.
¿Solo anecdótico y trivial, o con algún calado? Eso ya lo veremos a medida que vayan transcurriendo los días y que la acción política vaya desarrollándose. De momento, ahí están esos retrocesos de estos últimos cuatro años, en terrenos como la educación, la seguridad ciudadana, las relaciones laborales, o el derecho a la vivienda y a la energía. Lo nuevo tendrá algún calado si esas perspectivas de lo viejo se rectifican y reconducen hacia dinámicas más sociales y abiertas.
Porque ahí sigue estando la sombra de la corrupción, porque ahí se siguen sentando como diputados los parlamentarios comisionistas, porque ahí sigue estando lo viejo. Percibimos mejor lo nuevo, no como actuación o teatralización, sino con el hondo calado que ha de tener, en gestos como los que, por ejemplo, acaban de hacer públicos las formaciones de 'Ciudadanos' y de 'Podemos' de renunciar a los coches oficiales que el parlamento pone a disposición de los grupos parlamentarios.
Lo viejo y lo nuevo. Siempre es ese oleaje humano y social el que nos va envolviendo, con sus avances y retrocesos, con sus mareas bajas y altas. Ya iremos viendo qué derroteros toma este oleaje que se nos avecina.