OPINIóN
Actualizado 16/01/2016
Eusebio Gómez

"Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos" Martin Luther King. Es cierto, no hemos aprendido a amar y a perdonar, ser misericordiosos. Los seres humanos estamos acostumbrados a levantar muros y los muros siempre dividen y matan. Cuando no hay entendimiento, cuando ya sobran las palabras, usamos murallas para separar propiedades, naciones e ideologías. Unos muros son de cemento y los otros, los más peligrosos, los psicológicos. Separamos a los seres humanos por su color, por su ideología, por la economía y por la religión.

No somos capaces de construir puentes, de sanar heridas, de perdonar. Es  cierto que, en muchas ocasiones, tendremos muchas excusas  para dar hacer la vista gorda y dar un rodeo, para no comprometernos con el sufrimiento ajeno. Pero el cristiano, movido a la compasión, ha de mirar el mundo y la relación con los demás desde la fe, esperanza y el amor.

Dios es misericordioso, nos ama y nos perdona. Jesús es la encarnación de la misericordia de Dios, amó hasta el final y perdonó desde la cruz a sus enemigos, a los que le crucificaban. María es la Madre de los ojos misericordiosos, ella mejor que nadie, nos cuida, nos protege, nos ama y nos perdona.

La misericordia es una bienaventuranza. Jesús lo proclama así: "Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). Somos hijos de Dios, somos su imagen, por eso Jesús nos manda ser misericordiosos como el Padre (Lc 6,36). Ser misericordioso conlleva responder no sólo a la miseria material, sino también a la miseria moral y espiritual. "La caridad debe ser ingeniosa", decía Pablo VI. Y hoy, como todos los tiempos, el ingenio brota del amor, del corazón.

El cristiano tiene que convencerse que lo más importante es el amor y el perdón. Debemos amar a Dios, a los otros y a nosotros mismos, pero debemos también perdonar a Dios a los otros y a nosotros mismos. Quizá lo más difícil es perdonarse a sí mismo; una vez logrado esto, todo lo demás serán perdonados de una forma natural.

El perdón es un proceso, un camino largo y difícil a recorrer. El perdón, como todo en la vida, es cuestión de práctica, requiere una decisión, un deseo, un compromiso consciente, una actitud, un hábito, aunque no podemos olvidar que es un don de Dios. Para convertirse en hábito o virtud, necesita repetirse muchas veces para dominarlo, para integrarlo, para sentirlo como algo natural. Quien perdona de verdad no exige nada a cambio, como no lo exigió Jesús.

El mandato del amor y el perdón, arranca desde nuestro bautismo. Bienaventurados, dichosos, felices los que aman y perdonan.

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